Últimamente no lloras por nada, sin embargo, hay muchos momentos que te escuecen los ojos. Hace que no lloras tres años. Tres años sin depresión. Ahora no lloras por nada. Sin embargo, cualquier cosa te inunda los párpados. Una escena absurda de una serie imposible de ver para ti, pero que por circunstancias la ves y tiene un momento sensible en el que un personaje incapaz se ve impotente ante cualquier cosa, y contraes los lagrimales para no soltar ese líquido que sólo quieres derramar por una cosa. Ves una escena en el metro semejante o igual a un minusválido mental muy extremo que balbucea gritando, con gorra sin hélice (pero que podría tenerla), bermudas vaqueras que se introducen por entre los glúteos, una camiseta de rayas gruesas blancas y oscuras horizontales, rollo marinero, pero sin el glamour de los marineros de Calvin Klein y con toda la ranciedad de los marineros del siglo XVI embarcados contra su voluntad. Con babas disecadas no en las comisuras de la boca, sino en todo su contorno, una raya blanquecina que podría ser la cocaína del váter de un bar antes de ser engullida por un moderno. Un padre impotente que intenta bajarlo en su parada y él se resiste por una circunstancia incomprensible para cualquier mente capaz de no mearse mientras camina. Unos párrafos de un libro que te lees en los que desarrollan una historia de amor casi irrealizable, pero que se realiza de la forma más idílica. Una escena entrañable entre tus gatos jugando o tu sobrina haciendo que tiene una tienda de helados imaginarios en un castillo del parque. Los lagrimales se contorsionan queriendo soltar todo lo que llevas queriendo no soltar durante meses. Y de repente, llegas a casa y el mero hecho de llegar, ver el mueble al final del pasillo, escuchar el eco de la nada en tus oídos, saber que no hay nadie que antes había en la habitación del fondo, ese cepillo de dientes que otrora compartiese el vaso con el tuyo y ahora está en cualquier vertedero de basura, hace que tus ojos supuren dolor, que tu pecho se contraiga y se expanda al ritmo de una respiración precipitada incontrolable.Tu cabeza se queda en blanco y ni siquiera eres capaz de dedicar ese dolor a nadie porque eres incapaz de pensar, simplemente sale aunque no quieras. Y cuando esa tortura de humedad y escozor termina, te sorbes los mocos inspirando hacia adentro y te limpias con la manga de la sudadera de Rancid dejando un estrecho camino brillante como la marca de un caracol en una hoja de mierda. Esa canción que has escuchado mil veces sin licuarla, ahora se precipita incontenible por tus mejillas. Y Toh Kay sigue sonando mientras tú sigues llorando por algo que ya no deberías.