
Cerró los ojos y se vio.
Pantalón corto.
Zapatos atados al vacío.
Camisa blanca.
Desenvolvió el bocata de serrano que le había preparado su madre.
Se lo comió.
Se acercó corriendo a la escultural fuente y se empapó.
Pegó un salto y cayó en la tierra llenándose de barro hasta las rodillas.
Fue a un quiosco y se compró una piruleta por dos reales.
Jugó al pilla-pilla con unos desconocidos.
Anocheció y se fue a casa.
Se puso el pijama y se metió en la cama.
Al abrir los ojos, vio a un sacerdote a través de la mampara lacrimosa sentado junto a su cama.
Entonaba una plegaria rutinaria sobre él.
Como un niño había vivido, y como un niño quiso irse.
Extenuando sus fuerzas sonrió divertido y sacó burlón la lengua. Para siempre.