Los párpados se cansan de sujetar las lágrimas y ceden. Se dejan vencer. Y la templada perla salada resbala sobre la curvatura del pómulo.
Por los orificios de la nariz se dejan ver lágrimas nasales. Lágrimas que caen precipitadamente sobre el labio.
Un abrazo inerte te oprime. Quisieras alejarte de él, pero no puedes. La otra persona cree que te ayuda.
La boca te sabe a seco. Has hecho huir a la higiene. Repites ropa. Tu pijama es la ropa de salir a la calle.
Restos de tabaco, librillos vacíos y papeles sueltos. Mecheros tirados sin ningún orden ni concierto. Pandemónium de ceniza, colillas y desperdicios.
Tus manos acarician tu cara, te frotan los ojos para intentar despejarte. Los abres y ves borroso.
La cabeza te da un vuelco y te mareas. Coges el vaso y das un trago.
El porro lleva un rato olvidado en el cenicero. Se ha apagado. Acercas la mano y lo coges. Lo enciendes y tragas el humo.
Coges el vaso y das un trago. Y una calada.
Mañana, qué harás mañana. Quizá suceda algo que haga que quieras salir a la calle y hacer la compra para tener algo que comer. Seguro que no.
Trago. Calada.
Calada. Retiras un poco el porro para poder enfocarlo bien y lo miras. Ya se ha terminado, no hay nada más que fumar ahí. Lo estrujas contra la montaña de ceniza. Trago.
El pasillo, y al fondo, la cama.
Coges el paquete de pastillas y troquelas una. La deglutes.
Te vas a dormir. Mañana, qué pasará mañana.
Adiós
Hace 3 años