miércoles, 26 de abril de 2017

Perdóname.

Perdona por haberte dicho que me gustas cuando no es así. Por haber hablado de tus ojos cuando no sé ni de qué color son. Siento haberte mojado los labios con mi saliva cuando realmente no quería besarte. Siento haberte hecho creer algo que no era, pero es que me engañaba mi cerebro. No pensaba con claridad. Solamente has sido el objeto de satisfacción de la necesidad que en ese momento atormentaba y obsesionaba a mi cabeza. Siento haberte engañado esta noche para no volver a verte más. Perdóname allá donde estés.

martes, 11 de abril de 2017

Solo I.

Dejó la pluma y el manuscrito sobre la mesa. Nadie le echó de menos.

jueves, 6 de abril de 2017

Minusvalías y libertades.

Iba en el metro y escuchó un eructo magnífico. Era perfectamente cavernoso y vibrante. Se giró y miró hacia la fuente de tal perfección. Era un joven con minusvalía mental de mirada distraída y desconocedor de los límites que nos avergüenzan y nos impiden ser.

Estaba llegando al andén del Cercanías y ya se la escuchaba. Esa muchachilla acompañada de su crónica trisomía que estaba como cada mañana cantando con desatinada entonación y palabras formadas por la mezcla de sílabas dispersas que iba reconociendo en la música de sus cascos. Le había cogido cariño, y esperar el tren sin su ilimitada brillantez que demostraba que le era indiferente lo que pensásemos sobre su arte, no era lo mismo.

Una mente completamente despierta encerrada en un cascarón de huesos y pellejos inservibles luchaba por poder comunicarse con su tutor desde su desventajosa posición en una silla de ruedas. Miró a esa persona y sintió lástima por ella, e inmediatamente después sintió lástima por sí mismo y gran admiración por ella. Él, teniendo un cuerpo perfectamente capaz de ser autosuficiente y una mente ídem, se esforzaba por hundirse con cada piedrecita que le ponía la vida en su pedregoso camino.

Vio a un hombre deforme. De una frente prominente y perfectamente redondeada y despejada hasta bien entrado el cráneo salía una nariz completamente recta que apuntaba hacia abajo como una flecha. Los ojos hundidos en oscuras cavernas y un labio inferior que competía en prominencia con la ya mencionada frente. Grueso y salivoso. Un hombre que jamás encontraría a nadie que se enamorase de él, puesto que el amor no sólo entra por el corazón.

Sentía que no se merecía la fortuna que había tenido y que quizá, quien se la merecía realmente, eran aquellos supraseres minusválidos. Sentía que no era merecedor de la libertad de movimientos y pensamientos de las que podía gozar. La malgastaba en preocupaciones nimias. En trivialidades propias de un creyente en Geová. Sentía que aquella gente limitada eran los que verdaderamente eran libres.