I.
Lleva sonando el despertador desde las ocho cero cero de la mañana. Son las once menos diez. Lleva sonando el despertador tres horas y tú dándole al snoozer sin parar de forma automática, solamente te enteras de que está sonando a la hora límite que te habías puesto mentalmente al acostarte el día anterior como tope para levantarte. Estoy convencido de que eso es una mejora evolutiva del ser humano. Bueno, te levantas, te desayunas las dos pastillitas, antidepresivo y ansiolítico, utilizando el agua de la jarra que está al lado de tu cama que solamente lleva dos días estancada ahí y tiene cuatro pelusas flotantes de pelo de gato. Más sustancia. Vas al baño y te duchas. Y cuando vas a coger el albornoz, porque eres un vanidoso y usas albornoz, no está, al parecer la asistenta lo echó a lavar y estará en las cuerdas de la terraza secándose. Sales de la ducha en un estado de hipotermia casi everéstico y te secas como puedes con la toalla de las manos. En ese momento, mientras los dientes te castañetean, te das cuenta de que no te has llevado la ropa para vestirte y vas a tener que salir en pelotas y llegar hasta tu cuarto sin que te vea la asistenta. Abres la puerta del baño y te asomas, agudizas el oído para ver si está cerca. No, no lo está. Sales corriendo con la campana penduleando y tañendo contra tus muslos. Tolón tolón. Llegas a la habitación y tienes que buscar la ropa entre el revoltijo de la silla. Pero primero tienes que mirar en el cajón de la ropa interior si te queda algún calzoncillo limpio y no tienes que repetir el de los días anteriores. Todo sale bien, tienes calzoncillos limpios, calcetines y encuentras rápido la ropa que te vas a poner. La camiseta es la del pijama, así que no había problema, estaba sobre la cama a la vista, los pantalones, los que estaban los primeros en la silla, y ya luego la sudadera, el palestino y el Carhart.
II.
Te bajas a buscar el coche, pero el portero te intercepta, muy majo, pero muy hablador. "¿Qué, vas al médico a por el alta?", pregunta un tanto intrusivo. "No, voy a buscar el coche para pasarle la ITV", respondes simpático, porque eres simpático además de vanidoso. Y lo siguiente que te dice es: "Hay un cadáver ahí tirado en la calle". Claro, te descojonas porque la frase no tiene desperdicio y no sabes a qué viene. "No no, en serio, acaba de morir una mujer". Y sin que le preguntes te cuenta muchas cosas, te dice la edad que tenía, de quién era madre ("de la de la peluquería que está allí donde el chino que tiene unas escalerillas"), el motivo del deceso, "parada cardiorespiratoria", y por poco no te dice la ropa que llevaba puesta y la talla. Lo único que puedes responder en el sopor en el que te hacen flotar las pastillas es: "Joder, qué mal rollo". En esto que llega un vecino, uno de esos que jamás abre la boca para decir un hola ni un gracias, sin embargo parece interesado en las lucecitas de colores que hay al fondo de la calle y pregunta: "¿Qué ha pasado?". Y el portero responde: "Que se ha muerto una señora, Dios la tenga en su gloria". Tus neuronas no dan más abasto, tienes que salir de allí, bastante tienes con tener que llevar el coche a pasar la ITV. En ese momento de despiste que se ha producido por la pregunta del vecino coges y dices: "Venga, hasta luego, que me voy a lo de la ITV". "Adiós" responde el portero, que no el puto vecino que ya tendrá con el suceso dos horas de conversación con su mujer, ya tiene hecho el día.
III.
Por fin te pones en camino para encontrar el coche que está aparcado, según las indicaciones de tu hermana, en tal calle en la acera de la derecha en la puerta lateral de tal colegio. Tú vas y llegas al punto concretado. Ahí no hay coche. En ese momento tus no ganas de tener que conducir y pasar la ITV, trámite del que, por otro lado, jamás te has encargado, y tus ganas de quedarte en casa te sugieren la idea de que igual se lo ha llevado la grúa o lo han robado, por lo que como no puedes hacer nada tendrás que volverte a casa y llamar en un rato a tu padre o hermana para poder acordar un plan de actuación para el día siguiente. Sin embargo, la responsabilidad te puede, porque aparte de vanidoso y simpático eres diligente. Así que se te ocurre la buena idea de dar una vuelta al colegio por si acaso el coche no estuviese exactamente en ese punto. ¡Tate! Lo ves en la calle paralela. Te subes y pones un CD, que aunque no suele pillarlos, confías en que esta vez lo coja y suene. Tarda pero lo coge, ¡puta madre! Pones el GPS del móvil para poder llegar al taller, que eres un cepo de la orientación. El CD deja de sonar a la tercera canción. Y aunque tampoco seas un ser multitarea, te ves fuerte para, mientras conduces adormecido por las pastillas, sacar el CD, echarle vaho y limpiarlo contra la pernera del pantalón. Lo vuelves a meter, pero tampoco funciona. En ese proceso has podido atropellar a una vieja con su carrito, darle por detrás a un coche y empotrarte contra los coches aparcados a la derecha, pero no ha pasado nada de eso. Flipas, no sabes si por las pastillas o porque no ha pasado nada. Te jodes y tienes que poner la radio, ROCK FM, manda cojones que eso sea lo único escuchable, y encima, aparte de escuchar las subnormalidades del locutor que se ve que le cuesta leer el texto que le han puesto delante para dar datos inútiles sobre la mierda de música que suena, llegas a la mejor parte que tienen todas las cadenas y programas de radio, esa parte en la que participa el pueblo, la plebe. Lo llaman el trío, por lo visto eliges tres canciones y te las ponen. Lo curioso es que si hacen eso del trío no sé cuántas veces al día y todos los días con propuestas de gente diferente, cómo es posible que todos elijan siempre las mismas. Es como la Santísima Trinidad, un misterio que sólo es resoluble por un acto de fe.
IV.
Llegas al taller de la ITV, sólo te has equivocado dos veces por no hacer caso de lo que decía el GPS, no porque no quisieras hacerle caso, sino porque ibas tan anonadado con los temazos de la radio y dándole vueltas al misterio anteriormente mencionado que se te pasa. Bueno, que llegas. Aquello es una sobredosis de información, la cual la tienes que asimilar en décimas de segundo, porque hay coches detrás. A la izquierda hay una especie de parking, delante los barracones donde imaginas inspeccionan los coches, de frente a la derecha una especie de control de peaje con tres carriles, uno para "Cita previa", otro que no pone nada y el tercero para "Sin cita previa o vehículos desestimados (o algo así)". Vas pegado al volante, guiñando los ojos con el ceño fruncido para enfocar mejor de lejos, con el cuello estirado como un pájaro y acariciándote con una mano la perilla, porque no estás seguro de en qué carril debes meterte. A ver, cita previa no tienes porque no has pedido, en el que no pone nada, parece ser que no hay nada que hacer porque no hay ningún coche esperando, así que vas al tercer carril, donde había un vejete con su coche asomado a la ventanilla y sacando y metiendo papeles dentro y fuera del coche, respectivamente. Eso te da confianza. Vas y te pones detrás. Cuando termina avanzas hasta la taquilla. La ventanilla consta de un cristal negro a través del cual no puedes ver y no sabes si hay un ser humano, y como no escuchas a nadie que te diga nada buscas el típico botoncito de los peajes que da los tiques, pero no lo hay. Te extrañan dos cosas, una que no haya botón, y otra que en caso de que no haya nada de botones, con quién intercambiaba el señor de delante los papeles. De pronto una voz te da los buenos días y te quedas mirando a la ventanilla oscura. Hay una especie de criatura en esa madriguera que te ha estado observando durante medio minuto cómo te movías como un reptil disminuido psíquicamente dentro del coche y asomándote por la ventanilla buscando algo. Total, que le respondes a los buenos días con un "Hola, oye, ¿qué papeles tengo que darte?". Y te contesta: "El permiso de circulación y la ficha técnica del vehículo". Bueno, tus neuronas están en su punto de ebullición, llevan trabajando sin parar y a un ritmo frenético desde que te levantaste hace media hora. El permiso de circulación, piensas. Y sacas el carné de conducir y se lo das. La mística voz te dice: "No, eso es tu carné de conducir. Necesito el permiso del coche". "Efectivamente", respondes, "Es mi carné de conducir". Pfffff, y qué cojones es el permiso del coche y dónde está. Sacas de la guantera un librito verde, lo abres y allí ves cien millones de papeles con letras como escritas a máquina, un nuevo jodido infierno de información. Coges un librito pequeño que hay dentro y se lo das. "Esto es", te dice, puf, alivio oportunísimo, una cosa menos. Ahora toca la ficha técnica. "Perdona, qué es la ficha técnica", hay que tener en cuenta que todo esto sucede mientras tu mente está vestida como por una especie de neblina por los pastillotes y pelusas de pelo de gato que desayunaste. "Un papelito verde con sellos bla bla bla". "Emmmm, sí, mire, aquí está", y le entregas toda la carpetita verde con tooooooodos los papeles, y le dices: "Alguno de esos será, ¿no?". "Sí, éste". Hale, todo resuelto, te devuelve todo y te dice: "Por vía 2". "Venga, muy amable, gracias por nada", y te vas a la vía 2.
V.
Pasas por la vía 2 y te inspeccionan lo único que le quedaba al coche por inspeccionar y por lo que no había aprobado la vez anterior que lo llevó tu padre. Todo bien. Sueltas el aire de tus pulmones aliviado, y por el ojete también exhalas un suspiro de alivio para celebrarlo. "Adiós pringaos, hasta dentro de un año", piensas. Para salir de allí no te pones el GPS, imaginas que las indicaciones de las señales y tu memoria prodigiosa para recordar los sitios por los que pasas te servirán. Efectivamente, no te sirven, habías confiado demasiado en tus capacidades, así que te pierdes en una glorieta. Te quedas dando vueltas, una, dos, tres, cuatro y hasta cinco, hasta que eliges una salida al azar, a algún lugar llevará. Hoy es tu día de suerte, has acertado. Sales a la autovía y te vas satisfecho a casa. Al parecer, al volver, como no ibas muy seguro de por dónde ibas y conducías al límite inferior de velocidad, has irritado a unos cuantos conductores que te pasan pitando, mirándote mientras sueltan juramentos mudos y echan maldiciones. Imaginas que pensaban que al volante iba una señora de cincuenta años, pero no, eras tú, hijos de puta. Pero no les guardas rencor, de hecho, cada vez que te adelantan cabreados les saludas dedicándoles tu mejor sonrisa irritante. Esperas que hayan llegado a un estado de irritación tal que les haya petado la almorrana. Y nada, llegas a tu casa sin mayores percances. Subes. Y lo que haces es saludar a la asistenta y refugiarte en tu cuarto. Te lías un petardo de los que no explotan y te pones de fondo "My Sound" de Skarra Mucci en bucle, un rastafari que una amiga tuya ha tenido el acierto de darte a conocer, se lo agradeces muchísimo mentalmente, esperas que le lleguen las vibraciones. Esa canción y no otra, y ese porro y no otro, es lo único que necesitas en ese momento, porque si algo eres aparte de vanidoso, simpático, diligente, cepo de la orientación y señora de cincuenta años al volante, es un fumeta anacoreta misántropo que quiere que le desenchufen de Matrix de una puta vez.