jueves, 21 de julio de 2016

Todo lo que quise de ti.

Quise verte envejecer. Y quise que encajásemos nuestras arrugas. Que tus pliegues se refugiasen en los míos, y que los míos se cobijasen bajo la sombra de los tuyos. Quise que te plantasen en mi maceta para que estuvieses siempre a mi lado. Para que nuestros tallos se enredasen, y tus brotes chocasen contra mí. Que compartiésemos savia. Quise que tu silencio me envolviese. Ver tu cara recién despertada una y mil veces. Ver tus legañas. Quise poder vivir contigo y morir contigo. Quise tenerte de exposición dentro de mi cabeza para poder admirarte siempre. Quise que nos emborrachásemos y nos volviésemos locos. Quise poder decirte que sí hasta que la muerte nos separase, aunque sé que ni siquiera ella nos habría separado. Pero ahora ya no creo eso. No ha sido la muerte quien nos ha separado. Y no ha sido el daño que nos hemos hecho. Quise haber disfrutado de tus malos olores, de tus buenos humores, de tus lágrimas mojando mis mejillas, de tus manos buscando rozarme, de tus ojos sonriendo, de tus labios empapados. Pero qué más da lo que yo hubiese querido. Qué más da cómo hubiese sido. No es y punto. Nunca quise decirte adiós.

miércoles, 20 de julio de 2016

Dejadme en paz II.

Me dice el ordenador que me actualice el Windows al número diez. Que el 29 de julio vence. Pero qué coño. Quién le ha preguntado. Pues que venza. Que venza y gane. A mí qué me importa. Bien por él.
Voy a por un par de vaqueros al Corte, porque me hacen falta por nesecidad, y me explican que esos vaqueros, justo los que he elegido yo, una columna de pantalones más a la derecha o a la izquierda no, pero los míos sí, no están de rebajas. Y yo me quedo con cara de estupefaciente y le respondo que qué rebajas, que yo no venía con la idea de que me rebajasen nada. Y me miran raro y dicen "ah, vale". Pues claro que "ah, vale".
Voy a coger el metro en Plaza Castilla y veo tres desmayaos con dos pancartas a los lados preguntando que si conozco a Geová. Pero dejadme en paz, ¿no? Por qué está bien visto que los cristianos, sean de la secta que sea, o cualquier tipo de religión, te asalten y te intenten convencer de sus creencias y no está bien visto que yo les explique por qué han de coger tres cuadraditos de papel para limpiarse el culo, y además cómo optimizar su utilización al máximo, para que lo hagan como yo. Por qué. En cualquier caso, yo no les trato de convencer de eso ni de que no crean en sus cuentos de dragones, ballenas que tragan profetas ni náufragos que se llevan una pareja de cada animal vivo en la tierra a ver mundo.
Llega la subida de sueldo en el curro, la esperada carta para saber si subes y te tienes que alegrar o te quedas igual y te tienes que indignar. Todos como hienas: "mañana mañana", dicen atropelladamente y babeando. "A este le van a subir no sé cuánto". Y a mí qué cojones me importa. Bien por él. Alégrate de que le ascienden y le pierdes de vista. Y cuando les han dado la subida, hablándolo como niños que comentan las notas de un examen que les acaban de dar. Y te preguntan: "¿te la han dado ya? ¿Te la han dado ya?". "No". Y te dicen que metas presión. Y al día siguiente igual: "¿te la han dado ya? ¿Te la han dado ya?". ¡Qué no cojones, que me dejéis en paz!
Total, conclusión: que os practiquéis una combustión espontánea y me dejéis en paz, coño.

domingo, 10 de julio de 2016

Viejo.

Frente a él un cenicero lleno. La ceniza se acumula formando una sábana polvorienta. Las colillas se dejan entrever como barcos naufragados en ese mar gris. Frente a él sus memorias. Sus recuerdos. En su cara mil arrugas. Su pelo ya cano. Las manos venosas y decrépitas. Lo único que permanece inalterable, las lágrimas. Frente a él todos sus recuerdos. Frente a sus recuerdos la vida que no pudo tener. Un día más, se enciende el cigarrillo manchado con sustancia aletargadora y espera a que la muerte se decida.

jueves, 7 de julio de 2016

Una pelota negra.

Un acordeón canta melancólicamente con su vibrante voz metalizada. Un violín tararea una melodía triste con su tono agudo. El bajo pone la gravedad que ese momento solemne requiere. Y todos acompañan lánguidamente la sucesión de recuerdos. Lugares no olvidados que, otrora fuesen queridos, ahora sólo angustian y oprimen en el estómago. Portales inanes, sosos, que no eran nada, lo fueron todo. Pero el violín le recuerda que ya no. Transportes como el metro, autobús o los ascensores. Transportes que eran lugares abarrotadoramente agobiantes, dieron lugar a algunos de los mejores momentos. Y esa canción de 17 hippies, Le Waltz, le recuerda que ya no. Le recuerda aquellas palabras dolorosas, pero previsoras, que se susurraron en el primer lugar: "hay que hacer una pelota negra y guardarla en lo más profundo hasta que se consuma". Pero no quiso hacerse caso, y en lugar de guardarla cuando tenía un tamaño asequible, esperó hasta que se hizo inmensa. Y ahora no hay quien la guarde en ningún sitio. Intenta dejarla en aquellos portales, pero no puede, entorpece demasiado el paso. Intenta tirarla a la papelera, pero no cabe. Intenta fumársela, pero es demasiado. Ahora la lleva a cuestas siempre. Como un apéndice de su cuerpo. Pero no desiste, algún día encontrará un lugar donde abandonar esa pelota negra.

miércoles, 6 de julio de 2016

La última dedicatoria.

Sus ojos se desangraban. Se irritaron. Se deshidrataron. Lloraron. Le dedicó sus lágrimas. Esa era su última dedicatoria para ella. Era lo único que le quedaba por dedicarle. Habría muerto por ella y había muerto por ella. Esas lágrimas fueron la última dedicatoria que la hacía.

martes, 5 de julio de 2016

Fecha de caducidad.

Miraba el humo del porro cómo se evaporaba, cómo se deshacía en espirales y desaparecía en el aire. Y mientras lo hacía se planteaba si así eran los sentimientos de los seres humanos. Acaso éramos como un porro, que se pone incandescente, siendo capaz de radiar luz y abrasar en un momento, y al instante siguiente disolverse en una estela de humo que desaparece casi instantáneamente. ¿Acaso era así la forma de sentir? No, él no. Cuando él se encendía duraba. No se volatilizaba ni se sublimaba. Sin embargo, sabía que los sentimientos tienen fecha de caducidad. Y lo que para ella había caducado en menos de unos pocos días, para él caducaría en mucho más. Pero se consoló pensando que incluso para él, ella tenía fecha de caducidad.