domingo, 24 de abril de 2016

Eres tan chuli.

Eres tan chuli que habría escuchado el concierto sin el grupo sólo por estar contigo.

Aire molesto.

Me rozas la mano y todo mi cuerpo responde y se yergue. Podría alimentarme sólo del tacto de tu mejilla en la mía. Quiero hacer una ventosa que no se acabe nunca entre nuestras bocas. Quiero que no esté ese molesto aire que separa nuestros labios. Quiero acariciarte el pelo y notar en mi lengua el sabor de tu cuerpo. Que te estremezcas y convulsiones cuando mis dedos te pertenecen es suficiente para mí. Quiero resbalar mi ombligo sobre el tuyo. Que alguien haga el vacío entre nosotros para que no podamos separarnos. Quiero que mi piel absorba tu sudor. No te separes de mí.

Contigo me basta.

Ojalá hubieses estado allí conmigo. Me habría gustado que me acompañases en ese concierto. Si hubieses estado me habría sobrado todo lo demás, incluso la banda que tocaba. Mientras la música me saturaba los oídos, tú estabas todo el rato a mi lado; pero cuando me giraba no te veía. A cada empujón, tú me abrazabas; pero no te notaba. Cada cambio de canción me besabas; pero después no tenía los labios húmedos. Cada sorbo de la copa me susurrabas algo al oído; pero no se me erizaba la piel de la nuca. Cada calada que daba al cigarro me lo pedías para dar tú otra; pero el cigarro seguía en mi mano con la calada de más que no habías dado. Cada microsegundo me giraba para verte, pero no te veía. Cerraba los ojos para escucharte, pero no te oía. Aguantaba la respiración para notar el calor húmedo de la tuya en mi cuello, pero no llegaba. No estabas allí.

viernes, 22 de abril de 2016

Un tiro en la nuca.

Los mendigos son unos vagos. Escoria que no quiere trabajar. Un lastre. No le doy que se lo gasta en vino, borrachos.
Los yonkis son unos tiraos que se merecen lo que tienen. Si se drogan es porque quieren. Ensucian la ciudad. No le doy que se lo gasta en droga, yonki.
Mira al negro, abriendo la puerta del Día. Que se busque un trabajo. Es un problema tanta inmigración. No le doy, que se gane la vida honradamente.
Indio molesto. Vendeflores. Apártate que ya te he dicho que no quiero flores. No le doy que son unos pesados.
A ti, sucia mugre apestosa, te digo: ese mendigo no es un vago. En su condición ya no puede encontrar un trabajo porque gente como tú jamás le contrataría en su empresa por ser lo que es. Ese yonki tiene un problema irresoluble y puede que llegase a la droga por su contexto, el cual desconoces, pedazo de mierda. El negro hace algo que no es delinquir, que sería lo fácil en su situación, al menos ha buscado algo dentro de sus posibilidades que no perjudique a nadie. Gente como tú le daría un trabajo sin hacerle los papeles, pagándole un abochornante sueldo y sin contrato. ¿Tú querrías eso? Ese puto indio vendeflores, ídem.
A ti, saco de bazofia, te digo: ojalá se te tuerza la vida y acabes siendo un puto mendigo. Que tu hijo se meta a yonki y te jodas. Que haya una guerra en tu país, maten y violen ante tus ojos a tu familia y tengas que emigrar y aceptar trabajos denigrantes.
A ti, infraser, subhumano, putrefacta e hipócrita calaña, te digo: si le das pasta a ese mendigo, claro que se la das para que se la gaste en lo que quiera. ¿Acaso a ti te dice tu jefe que no te paga que te lo gastas en putas? Ídem con el yonki. Esa sucia gente negra vende los discos piratas que tú y tu mujer consumís, bastardos agarrados que no queréis pagar legalmente. Vende esos bolsos de imitación que la zorra de tu hija combina con sus modelitos de puta. Ese indio que vende flores te ha ayudado alguna vez con sus mierdosas rosas a que te hagas el caballero hortera en alguna discoteca, so mierda.
A ti, acomodado subnormal, producto de la derecha, que tienes el cerebro en punto muerto, que no eres capaz de ver que no has hecho nada por tener lo que tienes, que cualquier día tu bienestar se puede convertir en un fatalestar, te digo: te daría un tiro en la nuca sin ningún remordimiento. Bueno no, mejor en la frente para que mirases a la muerte a la cara y se riese de ti como tú haces con esa gente.

Una conversación de mendigos.

Allí estaban los tres, debajo de un puente refugiándose de la ligera lluvia que sin ser copiosa humedecía el suelo y todo el decorado de esa ciudad. Su pequeño conciliábulo se desarrollaba en derredor de una austera hoguera que iluminaba ténuemente sus rostros ennegrecidos por la mugre.
- Vaya día, ¿eh, Juancho? - preguntó Moncho.
- Pff.
- ¿Poca ganancia hoy?
- Pff.
- Ya, yo tampoco he sacado mucho. - Le ofreció un cigarrillo a su compañero mientras miraba a Trujillo ahí tirado en sus cartones.
- ¿Y este? Pronto se ha ido a dormir, ¿no?
Juancho, sin decir nada aceptó el ofrecimiento del pitillo con tembloroso pulso crónico. Le costó sacarlo porque al otro también se le zarandeaba la mano como si una entidad invisible le estuviese agarrando la muñeca y moviéndosela.
- Pásame el cartón de vino anda. - Le dio un reconfortante sorbo que le calentó y templó por dentro. - Esto es vida, ¿eh, Juancho? - Un leve gruñido fue su respuesta. - Todavía me acuerdo de mi mujer. ¿Te he enseñado esta foto? - Se la había enseñado mil veces, era la única que conservaba dentro de su raída y despeluchada cartera de cuero. Juancho la miró como si fuese la primera vez. - A que es guapa. Me quería mucho. Y yo a ella. No sé cómo se torció todo. Aún sigo sin saberlo.
 Juancho respondió con un ronroneo de asentimiento.
- Tú eres un triunfador, Juancho. Mírate. Has conseguido querer lo que tienes. No te importa nada.
Hubo un silencio largo, tan largo como para acabarse el cartón y darle unos sorbos a otro que acababan de abrir. Moncho le señaló con la cabeza a Trujillo.
- ¿Y este? Dile que se venga a cenar un poco de vino, que siempre le gusta antes de dormir.
Juancho se acercó al hombre arropado por cartones, se acuclilló y le llamó con la mano. Le agitó un poco el hombro. No hubo respuesta. Un poco más fuerte. No hubo respuesta. Le zarandeó con violencia asustado. No hubo respuesta. Se levantó con el pulso más incontrolado aún. Miró a Moncho que estaba sin habla y con cara circunspecta y le dijo con la voz tan temblorosa como su pulso:
- Trujillo sí que es un triunfador.

sábado, 16 de abril de 2016

Disculpas y agradecimientos.

Perdóname Dios si no soy más agradecido. Si no sé valorar el don de la vida que, después de haberlo meditado durante tanto tiempo, me diste bendiciendo el vientre de mi madre. Perdóname si no soy capaz de ver tu gran Creación sin ojos críticos y como la gran mierda que es. Perdóname si me he cagado excesivamente en Tu persona. Perdóname por no haber sido capaz de creerme con ciega fe Tu gracia divina. Porque no me hace ni puta gracia. Gracias por haber robado la vida de mi madre con la mayor agonía que incluiste en tu gran Creación. Gracias por haberme hecho sensible a la exterminación de tu maqueta a manos de la cúspide de tu obra hecha del barro y del polvo. Gracias por haberme dado como Espíritu Santo un cuervo en lugar de una paloma. Gracias por haberme diseñado para ser capaz de ver que el optimismo es un producto de hipócritas. Que la ilusión no existe más allá de los diecitantos años. Gracias por haberme puesto tantos obstáculos para que vea que de nada vale superarse. Gracias por nada y discúlpame por todo.

jueves, 14 de abril de 2016

Todo lo que he conocido contigo.

He conocido el optimismo contigo. Lo que es disfrutar del sudor de un cuerpo pegado al mío. Lo que es relegar las sensaciones físicas a un segundo plano, medrando en las psíquicas. He conocido lo que es no estar solo. He conocido lo que es que todo lo que era cotidiano para mí y has tocado, ahora me resulte raro sin que estés. Me siento un extraño dentro de mí. Me has presentado de nuevo lo que era ilusionarse. He conocido una parte de mí que era ignota. No quiero conocer nada más de nadie. Quiero que tus conocimientos sean los últimos que absorba. No quiero a nadie más.

Tus matemáticas.

Has llegado como una ola gigante colándote por todas las ranuras y ángulos de mí. Tus sinusoidales curvas me inspiran miles de transformadas de Fourier. Quiero argumentar el teorema de Rolle en tus parábolas. Demostrar que dos rectas paralelas se cortan en un punto en el infinito con tus piernas. Calcular hasta que me suene raro el teorema de Pitágoras con tus clavículas. Quiero todas tus matemáticas.

La humedad de tu apetito.

Has sido mi motivación para salir de mi desabrimiento. Has sido el humo que tan reconfortantemente me ha bañado los pulmones. Has sido el pasillo que me ha guiado fuera de mi cavernismo. He olido tu respiración y escuchado tu deseo. He notado la humedad de tu apetito. Me habría gustado poder seguir oliéndote, fumándote, recorriéndote y notándote sin parar nunca. Me habría gustado poder besarte en cualquier parte. Comerte cualquier parte. Tocarte cualquier parte. Pero sólo me queda el encogimiento de estómago. La presión en el pecho. Las arcadas en la garganta. Y mi saliva sin mezclarse con la tuya.

Desesperanza.

Arrastrarse y perder todos los puntos de voluntad que queden, si es que queda alguno. La misma canción sonando una y otra vez. Las arcadas llegan solas. El mal estar es el estado natural. No caben más drogas en el cuerpo. Tan sólo se buscaba el salir del agujero. No se puede. Ni siquiera las drogas dejan salir de ahí. Un clavo saca otro clavo. Pero no quieres otro clavo. Quieres ese. El que se te ha clavado en el pecho como una estaca. El último porro sabe a mierda y cuesta, pero aun así se fuma. Todo aquello que te haga dejar de existir sin morir instantáneamente se agradece y se recibe con los pulmones abiertos.

martes, 12 de abril de 2016

Lo que quiero.

Ella le mira a él. Él la mira a ella. No parpadean para no perderse nada.
- ¿Qué miras? - Pregunta ella.
- Lo que quiero. - Responde él.

Me alejas.

Desgana. El corazón late por inercia, por despecho, por no saber qué otra cosa hacer. Cuando hace tan sólo muy poco, latía por la fuerza fuerte que une a dos personas tal y como hace con los núcleos atómicos. Todavía quedan latidos que te pertenecen. Todavía se resiste a abandonar lo que le ha hecho querer empujar la sangre hacia todas y cada una de las extremidades del cuerpo. Se resiste a abandonar esa sensación que después de tantísimo tiempo le ha devuelto a la vida y que jamás había experimentado, pero que ahora le está devolviendo con mayor fuerza a la apatía fangosa en la que estaba hundido. Cuanto más te acercas a mí y yo a ti más me alejas. Más te esfuerzas por empujarme fuera de ti. Me quieres fuera de tu vida. Cuando somos una misma cosa y nos entrelazamos como la enredadera se aferra al tronco o el musgo a la roca, alcanzando todos los niveles de placer que existen, me empujas fuera. Cuando discutimos haciéndonos el mayor daño que podemos, me empujas fuera. La avenida refulgente y lustrosa por la que hemos caminado juntos, es ahora un callejón iluminado apenas por una farola parpadeante en la que difícilmente cabe uno. Un callejón en el que yo sólo veo tu espalda alejarse. A veces te giras para mirar lo que tanto anhelas, pero que tanto reprimes y te convences de que no quieres. Y te vuelves a girar dando pasos hacia el extremo de la callejuela en el que no estoy yo. Pero yo no me muevo. Y noto cómo mi corazón se apaga. Deja de dedicarte los latidos que sólo te pertenecían a ti y a ninguna otra persona. Y dejo que las lágrimas se sequen, dejando surcos imborrables, quemaduras eternas que te pertenecen a ti y a ninguna otra persona. Te veo alejarte con paso tembloroso pero inflexible. Me alejas de ti. Te alejas de mí.

domingo, 3 de abril de 2016

El chiste del jefe.

Joder qué bueno ha debido de ser el chiste del jefe. Cómo te deshuevas. Qué amistad tan cercana y qué complicidad os une. Cómo os regodeásis en vuestros mutuos comentarios prepotentes y subnormaloides. Cómo te gusta degustar una buena polla, sobre todo si es la de tu jefe. Lo cual es extrapolable a tu vida personal. Siempre te comerás esa gran polla que tú consideres superior a ti y que pueda hacer que medres en tu vida de tragalefas. Por favor jefe, repita ese chiste tan bueno que acaba de contar para que pueda vomitaros encima. Y sin más, sacó un bate de béisbol y les aplastó el cráneo con unos cuantos golpes chistosos.