viernes, 19 de febrero de 2016

El camión de la basura II.

Escuchó unos ruidos. Era el camión de la basura haciendo su ronda nocturna. Con violencia arrastraban los cubos y los abrían sin piedad vaciándolos de todo contenido. Incluso la roña más apegada caía.
Se encontraba ante la fachada de su portal. Desde la acera de enfrente miraba a todas las ventanas para ver si podía, aunque sólo fuese un momento, distinguir la figura de ella. Aunque sólo fuese la curvatura de su hombro o la silueta de su cara. Pensaba que igual, mirando fijamente allí iba a conseguir invocarla por la fuerza invisible que hasta hacía unas horas les había unido. Que ella iba a asomarse y a verle. Y al verle, iba a bajar y le iba a abrazar como hasta hacía unas horas lo habrían hecho. Y que le iba a decir que no quería eso, que le quería a él y que se iba a quedar con él. Nada más lejos. Ella nunca sabría que él había estado allí llorándola. Torturándose por no haber querido conducir aquella situación maquinalmente hacia donde quería que llegase y hasta donde estaba seguro que habría llegado si lo hubiese hecho de aquella proterva manera.
Salió de su ensimismamiento cuando escuchó al camión de la basura irse. Le vio alejarse y le pareció escuchar. Le pareció escuchar una risa burlona. Una risa que le derrengaba con la fuerza de mil maldiciones. Y su eco permanecía allí recordándole que se había acabado. Que jamás podría disfrutar lo que hasta hacía unas horas había disfrutado. Echó a andar cabizbajo mientras las lágrimas huían de sus ojos como lo había hecho ella.

El camión de la basura I.

Escuchó unos ruidos. Era el camión de la basura haciendo su ronda nocturna. Vio cómo vaciaban bruscamente y sin ninguna clase de miramiento los pegajosos contenedores. La inmundicia caía inane dentro del camión. Inane, tal y como él se sentía. Ahora mismo, aquellos contenedores y él eran uno.
Estaba delante del portal de ella. Desde la acera de enfrente miraba a la puerta y a la fachada, esperando encontrar un mínimo atisbo de su silueta a través de alguna cortina. Como si mirar fijamente aquellas ventanas fuese a hacer que ella se asomase y le viese. Como si por una fuerza mística ella fuese a mirar a través del cristal y, movida por lo que ambos habían sentido hacía un momento, fuese a bajar para decirle que le elegía a él, que le elegía para siempre desde ese mismo instante.
De pronto, escuchó el rugido del motor del camión que le sacó abruptamente de su ridículo ensimismamiento. Lo observó. Vio cómo se alejaba en busca de los próximos contenedores mugrientos que iban a ser maltratados sin piedad. Se quedó un rato más inmóvil, mirando hacia donde hacía un segundo había estado el camión y donde ahora no había más que vacío. No pudo evitar encontrar una perfecta similitud con lo que le acaba de suceder a él.
Cuando echó a andar camino de su casa, todavía escuchaba en su cabeza el eco del camión de la basura que no dejaba de recordarle que él también había sido vaciado, y que todo su contenido se lo había llevado la que ahora se encontraba a una distancia que para él era completamente insalvable.

De vuelta.

Las arañas te han echado de menos. Los gusanos se retorcían en nostálgicos bailes. Y los cuervos crascitaban tristes tu ausencia.
Lamento haberos hecho esperar. Pero ya estoy de vuelta en mi septicismo habitual. Tranquilas criaturas de la putrefacción, he vuelto y no tengo pensado abandonaros de nuevo.

domingo, 7 de febrero de 2016

Tú.

Y qué más te puedo decir. No hay más. Cuando te beso la comisura de la boca te lo digo todo. Cuando mi mano te roza la curvatura de tu culo. Cuando mis mejillas absorben el baile de tus pestañas. No puedo decir más. Si me preguntan sobre ti no puedo hablar. Qué se puede decir. Qué resumen se puede hacer sin dejarse nada. Que es porque "estoy enamorado", quién sabe. Si lo estoy, espero estarlo y que sea de verdad. No puedo decirte nada en voz alta. Nada que mis labios mudos no hayan pensado. Nada que mis manos no hayan querido tocar. No puedo decirte nada que todo yo no te haya demostrado.

sábado, 6 de febrero de 2016

Autocompasión y asco.

Se encontraba sobre un taburete grasiento y despeluchado. Se apoyaba con los codos en la barra como el infraser triste y penoso que era. Delante de él se encontraba el habitual vaso lleno de whiskey con pocos hielos. Sus allegados le decían que lo dejase. Que recuperase su vida. Se rió de ellos. Siempre les decía que desde hacía mucho no era él quien la jodía, así que que le dejasen en paz, al menos ahora él sí era quien se encargaba de joderla. Dio un trago al líquido. Lo acabó con otros dos y pidió más. Llevaba tanto tiempo autocompadeciéndose de sí mismo y su mala suerte que ya se daba asco.
Se acordó de ella. Aún conservaba en su habitación todas las cosas que le había regalado como menudencias, pero que para él lo eran todo. Se acordaba de lo rápido que había pasado todo y lo poco que lo había disfrutado. Volvió a autocompadecerse de su desdichada y pálida existencia. Se volvió a dar asco. Terminó el contenido del vaso y se levantó como lo haría un fracasado borracho. Salió. El frío le recordaba una vez más que hacía mucho tiempo que no sentía calor.

Toda tú.

Todo. Te giras y es perfecto. Miras de lado y es perfecto. Miras de frente y es perfecto. Miras y es perfecto. Sonríes y es perfecto. Te ríes y es perfecto. Hablas y es perfecto. Tu voz suena a perfecto. Tu forma de tocar y de besar. Tus labios mojados. Tu saliva en mí es perfecto. Mis manos en tus muslos es perfecto. Sólo yo lo estropeo. Mi incapacidad para decirte nada. Mi inoportuna timidez. Me gustaría decirte todo lo que me gustaría todo contigo, pero no puedo. Tus brazos es perfecto. Cuando hueles a hamburguesa es perfecto. Tu espontaneidad es perfecto. Tu coche es perfecto cuando estás dentro. Mi what's up es perfecto cuando estoy hablando contigo. Cuando lo miro y siento que te miro a ti aunque no estemos hablando. Mi móvil es perfecto ahora que tiene tus fotos. Toda tú es lo perfecto. Pero era mucho pedir. Me conformo con poder verte de lejos. Me conformo con poder ver tu espalda alejándose. Me conformo con haber disfrutado de tus tibias, tus pies y tus gemelos por debajo de la mesa. Me conformo con toda tú, aunque sea desde fuera de tu vida.

La peor aberración.

No existe ningún comentario suficientemente cruel para describirla. Una aberración titánica que camina tal y como lo haría un tocón de madera si cobrase vida por algún hechizo maligno. Cabeza con un haz que ojalá estuviese cubierto por la misma melena que cuelga lacia por el envés, para así no tener que ver esa expresión de asco constante, de gula crónica tatuada en sus ojos. Nos evitaríamos ver esa caverna siniestra que le hace de boca, siempre brillante en su periferia por la grasa de la ingente cantidad de comida que acaba de deglutir. Los hombros encorvados hacia adelante formando una especie de chepa impía que hace juego con sus delicados modales de hipopótama menstruando. Los pechos exageradamente grandes no son ni siquiera una virtud en ella. Destruye todo aquello que es bueno. Absorbe la felicidad de su entorno y la degenera en una masa informe de perfidia. Una barriga que se extiende más allá de lo que cualquier digestión puede soportar sin cortarse. Y no se exagera cuando se dice que ese insulto al cuerpo humano es de tal extensión que se prolonga hasta su pelvis. Su culo es una especie de cuesta rechoncha con una pendiente constante desde los muslos hasta la rebosante carne de sus lumbares. Las piernas están torcidas, y parecen tan inestables que ningún físico ha encontrado una respuesta razonable al milagroso hecho de que sea capaz de caminar y estar de pie sin volcar provocando el consecuente cráter. Es una dementora de la moral, de la ética. Cada palabra que rebuzna es un agravio a la inteligencia. Su respiración es torpe, igual que ella. Es un sofoco constante. Levantarse de la silla para irse a comprar un paquete de productos industriales con terakilocalorías en cada uno de ellos es motivo de flato, pero jamás renunciará a poder devorar aquellos chocolates que se pringan en sus dedos y alrededor de la aspiradora que tiene por boca. Chocolate que permanecerá allí hasta que su piel de armadillo lo absorba. Existen hipótesis de que no se lava por amor hacia él. Otros dicen que es porque es una cerda. Verla masticar es un espectáculo de asco y horror a partes iguales. Satura esa dosis de asco que todos necesitamos y que nos hace saciar nuestro morbo aun sabiendo que aquello que se está viendo es asqueroso. Si la nombras tres veces delante del espejo a media noche, no aparecerá. Pero si la nombras tres veces con un paquete de donettes en la mano, será tu ruina. La invocarás como quien invoca a Cthulhu. Ningún comentario, por despiadado que sea, por protervo o lacerante, por brutal o bárbaro, hará jamás justicia a la crueldad que la peor aberración concebida se merece.