miércoles, 21 de octubre de 2015

Ya es tarde.

Dio un trago al whisky que tenía delante enfriado por dos hielos llorosos. Había un par de borrachos dispersos por la barra de chapa metalizada. Miró a uno. Miró al otro. Miró a su vaso y se rió levemente, sin ganas. Esos dos viejos estropeados y solitarios le producían un sentimiento de desagrado así como de cierta camaradería. Los tres separados se hacían compañía. Hacía unas dos décadas los habría mirado apiadándose de ellos, pensando que no le gustaría convertirse en uno de ellos. Volvió a reírse. Esta vez de sí mismo.
Ella se materializó como un sueño difuminado en su nublado cerebro. Un día más se acordaba de ella, pero el recuerdo se había diluido huidizo en todos los años que se habían arrastrado desde que no la veía. Desde hacía casi dos décadas pensaba cada convaleciente día en ella. Había decidido estar solo. No tener nada que ver con ella. Y realmente es lo que él quería. Estar solo. Sin embargo, desde hacía todo ese tiempo se arrepentía. Dónde estaría ahora. A qué se dedicaría. Pensaría ella en él como él pensaba en ella. Con quién estaría durmiendo. Con quién estaría sin dormir. Esas preguntas eternas hacían eco dentro de su vacía carcasa todos y cada uno de los días que habían muerto ya.
Tiempo atrás pensaba que siempre tendría tiempo para retomarlo. Que siempre podría volver a ella y viceversa. Volvió a reírse. Ya era tarde. Ya no podía volver a ella, ni ella a él. Apuró el ardiente contenido del vaso y se levantó como lo haría un hombre ebrio. Salió a la vacía noche que fríamente le recordaba que el vacío era él.