Entre cadenas y desesperación.
Entre dolor y gritos.
Entre sufrimiento y placer.
Criaturas descarnadas ejecutan su grotesco baile.
La luna ilumina tétrica el demoníaco ritual.
Graves y profundos cantos surgen de las deformes gargantas.
Un pecaminoso cuerpo inmovilizado en un gran tótem.
Un cuerpo desnudo desgarrado.
La impía melodía crece con cada alarido.
Un llanto incontenible empapa el rostro cabizbajo.
La azul luz de la luna muere en la impenetrable oscuridad de los árboles.
La trágica danza continúa.
La dolorosa expresión se convierte poco a poco en un conjunto diabólico.
La boca se tuerce en una mueca de indecible amargor y hambre inmoral.
Los ojos sonríen dentro de grandes ojeras.
La carne se marchita calcando los huesos que viste.
La piel se oscurece y el cántico ensordece el clamor de la piedad torturada.
La luz de la luna muere definitivamente.
Las criaturas desaparecen poco a poco en las sombras.
La pérfida melodía se apaga.
Tan sólo queda el cuerpo atado al largo tronco.
La cabeza gacha, y la negra melena cuelga hasta el ombligo.
Lentamente el cuello se yergue hasta que los ojos miran al frente.
Los amarillentos dientes se dejan ver a través de la inicua sonrisa.
El alma impura ha sido devorada por el estertor del ser invocado.
La maligna sonrisa se convierte en aflicción.
Los ojos se cierran.
El inerte cuello deja caer la cabeza hasta el pecho.
Más allá de la piedad, más allá de la pureza, una nueva alma ha sido condenada.
Adiós
Hace 2 años