jueves, 31 de diciembre de 2015

Lo que me gusta de ti.

Qué es lo que me gusta de ti. Acabaría antes diciéndote lo que no me gusta. Pero no quiero decirte nada que no me guste de ti, porque te estaría mintiendo. Tocarte. Eso me gusta de ti. Tu cara. Los gestos espontáneos que te adornan. Tus piernas. Tus rótulas y tus clavículas. Grabaría tu risa en una cinta y me la pondría en el walkman sin parar. Los montículos que te salen cuando sonríes. La forma de tu boca y la ordenación de tus dientes. Toda la carne que reviste tu cadera. Lo que dices. Cómo lo dices. Cuándo lo dices. Tu silencio. Lo grabaría en la cara B y rebobinaría una y millón de veces. Me gusta tu coche. Has hecho que me guste el trabajo. Que me encanten los ascensores. Tu forma de sujetar mis labios con los tuyos. Me encanta la parte de debajo de tu espalda. Me gusta todo lo que no he visto de ti. Lo que me gusta de ti es tú.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Lo que no puedo tener.

Camino por tus rincones. Mentalmente. Me acercaría a ti, pero nunca voy a llegar, nunca te voy a alcanzar. Estás tan lejos. Pero te noto muy cerca. Para ti es una vía de escape, imagino. Para mí es tan serio como puede ser para mí. Para ti soy tan serio como lo puedo ser, quiero, espero y deseo. Ojalá no existiese esa muralla. Ojalá te hubiese conocido como te he conocido. Ojalá no tuvieses nada serio con nadie. Ojalá te pudiese disfrutar. Que mis manos no tocasen lo que no les pertenece. Que pensarte cada momento no acabase chocando siempre contra el mismo muro. Que te vistieses de blanco para mí. Que cada cigarro no acabase sin tocarnos. Cada cigarro que fumo eres tú. Eres el humo que se evapora. Eres el humo que se aleja. Eres las caricias que no voy a poder hacerte. Eres tanto como nada. Eres todo lo que no puedo hacer. Eres lo que no puedo tener. Espero que cuando ya no podamos disfrutarnos, no dejes de pensarme. Que no me archives en tu cabeza. Que, de vez en cuando, recuerdes cómo olía o cómo me notabas. Espero que me reserves un sitio en la segunda fila para siempre.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Felices sueños.

Ahora que ya no importa nada. Cuando tengo la conciencia tranquila y nada me preocupa. Ahora que no me inquieta absolutamente nada de lo que hagas, puedo confesarme. Ahora que ya nada me estimula, puedo declarar aquellos que fueron mis sentimientos.

Deseé que murieses solo. Que ninguno de aquellos que deseases estuviesen en tu lecho de despedida estuviesen. Deseé que fuese el duro y frío suelo el único que asistiese a tu funeral. Quizá alguna piedrecita muda también. Que solamente ellos fuesen los testigos del final de tan miserable existencia.

Deseé que algún día tuvieses un accidente y quedases mutilada. Que notases cómo la sangre huía rápido para poder respirar algo que no fuesen tus apestosas y fétidas entrañas. Que sintieses que tu vida llegaba a su fin. Que te diese tiempo a degustarlo mientras no te hacían esa transfusión de sangre que necesitabas y para la que tú nunca cooperaste.

Deseé que la desgracia truncase tu vida. Que te quedases solo. Que te echasen de tu casa y ya nadie te quisiese. Que cometieses ese error que te separase de ellos. Que te sintieses morir cada vez que consumías. Que quisieses dejarlo pero no pudieses. Y que te castigases cada segundo por haber yerrado como nunca pensaste que lo harías.

Deseé que te moliesen a palos. Que las porras autoritaristas te abriesen surcos en el cráneo. Que lustrosas botas aplicasen ciegamente la ley que amabas sobre tus vísceras. Que te hundiesen el esternón y que tu visión se tornase tuerta.

Deseé que no encontrases un novio estable nunca. Que solamente dieses con seres que lo único que quisiesen fuese utilizarte. Que te sintieses sucia y desconsolada. Que él muriese entre tus piernas mientras alcanzabas el orgasmo.

Deseé que tu vida dependiese alguna vez de mí. Sólo de mí. Que estuvieses a mi merced. A expensas de mi voluntad. Que mi antojo fuese dejarte morir. Que mi deseo fuese verlo y que me vieras. Tener la oportunidad de ayudarte y no hacerlo.

Ahora ya puedo tener felices, dulces y reconfortantes sueños para la eternidad. Ahora no te deseo ningún mal, seas quien seas, estés donde estés. Ahora ya, te puedo desear felices sueños.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Ya es tarde.

Dio un trago al whisky que tenía delante enfriado por dos hielos llorosos. Había un par de borrachos dispersos por la barra de chapa metalizada. Miró a uno. Miró al otro. Miró a su vaso y se rió levemente, sin ganas. Esos dos viejos estropeados y solitarios le producían un sentimiento de desagrado así como de cierta camaradería. Los tres separados se hacían compañía. Hacía unas dos décadas los habría mirado apiadándose de ellos, pensando que no le gustaría convertirse en uno de ellos. Volvió a reírse. Esta vez de sí mismo.
Ella se materializó como un sueño difuminado en su nublado cerebro. Un día más se acordaba de ella, pero el recuerdo se había diluido huidizo en todos los años que se habían arrastrado desde que no la veía. Desde hacía casi dos décadas pensaba cada convaleciente día en ella. Había decidido estar solo. No tener nada que ver con ella. Y realmente es lo que él quería. Estar solo. Sin embargo, desde hacía todo ese tiempo se arrepentía. Dónde estaría ahora. A qué se dedicaría. Pensaría ella en él como él pensaba en ella. Con quién estaría durmiendo. Con quién estaría sin dormir. Esas preguntas eternas hacían eco dentro de su vacía carcasa todos y cada uno de los días que habían muerto ya.
Tiempo atrás pensaba que siempre tendría tiempo para retomarlo. Que siempre podría volver a ella y viceversa. Volvió a reírse. Ya era tarde. Ya no podía volver a ella, ni ella a él. Apuró el ardiente contenido del vaso y se levantó como lo haría un hombre ebrio. Salió a la vacía noche que fríamente le recordaba que el vacío era él.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Todos son más listos que yo.

Las patatas se cortan más finas y no se fríen tanto ni se remueven, así como el pollo frito no se debe quedar oscurito, no. Lo avalan sus dieciocho millones de años de experiencia en el mundo de la cocina. Yo aprendí de mi abuela a hacer las patatas fritas y las hago de esa manera, pero debe ser que esa manera no existe, está prohibida y es herejía.

A las bodas no puedes ir si no es con traje. Zapatillas, aunque estén brillantes y sean discretas, ni pensarlo. ¿Un polo? Eso es para que te azoten en la plaza mayor a la vista de la muchedumbre mientras te escupen y te tiran coliflores pochas.

Mete cuarta. Ve echándote ya a la derecha. Acelera, aquí se acelera. Vaya, no sabía que tenías un GPS implantado en el cerebro y que eras una especie de cyborg futurista capaz de medir las coordenadas de manera tan precisa.

Esas no son las prioridades y en el correo el "gracias" va después del "un saludo", y la frase primera no es la primera sino la tercera y la vamos a contorsionar así. Los jefes son tan excelsos que tienen un algoritmo de priorización y organización óptimo programado por Google entre sus dendritas.

Hay que comer más verduras y menos carne. Gracias, si no es por ti no sé lo que haría.

Las gafas no se limpian con papel higiénico, ni con agua ni con jabón. Joder, ¿y qué uso? Tengo que comprarme la toallita homologada y el líquido especial limpia cristales de gafa. Diez millones de euros después tendré las gafas más limpias de todo Madrid.

Te dejas lo mejor. No sabes comer, esto también se come. No sabía que la mejor parte de un filete era el nervio duro y con sabor a vísceras, en lugar de la jugosa parte del centro, tan rojita.

No hablas de fútbol ni de Gran Hermano ni te gustan las series. ¿Qué haces? Pues efectivamente, no sé cómo no me he suicidado ya, sin tener ninguna otra opción que esas.

Ya verás como la primera que pase te engancha. Eso es hasta que una te engancha. Sí, mi propia experiencia con las mujeres no es suficiente para saber lo que quiero ni lo que sé. Necesito de vuestros consejos sentimentales basados en una única relación y en, puede que, un rollo de una noche a los diecinueve años.

Gracias a todos por ser más listos que yo y evitar que me moleste y me canse en hacer las cosas del modo en que a mí me gusta hacerlas.

viernes, 3 de julio de 2015

Más allá de la piedad.

Entre cadenas y desesperación.
Entre dolor y gritos.
Entre sufrimiento y placer.
Criaturas descarnadas ejecutan su grotesco baile.
La luna ilumina tétrica el demoníaco ritual.
Graves y profundos cantos surgen de las deformes gargantas.
Un pecaminoso cuerpo inmovilizado en un gran tótem.
Un cuerpo desnudo desgarrado.
La impía melodía crece con cada alarido.
Un llanto incontenible empapa el rostro cabizbajo.
La azul luz de la luna muere en la impenetrable oscuridad de los árboles.
La trágica danza continúa.
La dolorosa expresión se convierte poco a poco en un conjunto diabólico.
La boca se tuerce en una mueca de indecible amargor y hambre inmoral.
Los ojos sonríen dentro de grandes ojeras.
La carne se marchita calcando los huesos que viste.
La piel se oscurece y el cántico ensordece el clamor de la piedad torturada.
La luz de la luna muere definitivamente.
Las criaturas desaparecen poco a poco en las sombras.
La pérfida melodía se apaga.
Tan sólo queda el cuerpo atado al largo tronco.
La cabeza gacha, y la negra melena cuelga hasta el ombligo.
Lentamente el cuello se yergue hasta que los ojos miran al frente.
Los amarillentos dientes se dejan ver a través de la inicua sonrisa.
El alma impura ha sido devorada por el estertor del ser invocado.
La maligna sonrisa se convierte en aflicción.
Los ojos se cierran.
El inerte cuello deja caer la cabeza hasta el pecho.
Más allá de la piedad, más allá de la pureza, una nueva alma ha sido condenada.

Como otoño.

Miraba las hojas caer. Caían dispersas, a intervalos no definidos y aleatorios. Una hoja le rozó el pelo. Se agachó y la cogió. Tumbada en su mano, la hoja le miraba rojiza. Amarillenta en ciertas zonas. Cerró el puño. Estaba correosa. No crujía. No crujía porque no podía. Todo lo que podía crujir de él ya lo había hecho . Y esa hoja era, ahora, una extensión de sí mismo. Soltó su presa y dejó que cayese hasta el suelo. Había llegado como llegan los carentes de cerebro a la Meca, como se acercan a la estatua de una de las mil vírgenes inventadas a besarla los pies, como llegan los que disfrutan de un váter en su cráneo a las urnas, había llegado de golpe y sin quererlo a un prematuro otoño. Por edad no le correspondía esa estación, pero por dentro no dejaba de llover. Vivía en una eterna estación otoñal. Cuándo terminaría. Cuándo podría salir.

Momento eterno.

La noche era fresca. Pero con una chaquetilla con capucha la temperatura era perfecta. Nubes ligeras se arrastraban lánguidas por el negro cielo adornado con miles de puntitos blancos. De vez en cuando arropaban suave a la luna haciéndolas parecer translúcidos fantasmas que arrastrasen lentamente sus lamentos, sus cuentas pendientes. Sostenía entre sus dedos un porro. El humo se elevaba estilizadamente sinuoso. Su cabeza se acorchaba. Parecía que las nubes, cuyos bordes se iluminaban con la azulada luz de la luna, hubiesen bajado a acariciarle el entendimiento. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro. El móvil sonaba con una canción bien elegida. Una canción que estaba compuesta para ese momento y ningún otro. Había sido compuesta para ellos y nadie más. Él le acarició la cara. Sus manos memorizaron su contorno. Cerró los ojos y dejó que aquella atmósfera eternizase ese momento.

martes, 31 de marzo de 2015

Pesimista.

Cómo dejar atrás todo lo malo si lo que viene es peor.

lunes, 23 de marzo de 2015

La mejor opción.

Si te crees que a la otra persona le importas algo, deja de pensar porque lo haces muy mal. Todo ese amor tan idílico, ese sentimiento de exclusividad y de aislamiento del resto del mundo tan aparentemente real y sin fugas que existe en las parejas, y con parejas no me refiero a esas a las que estáis acostumbrados a tener, y a las que estamos acostumbrados a ver, no a esas parejas de sofá y telediario, de tarde de domingo y lavavajillas, de mamá y papá, de cari y cielo, de champán y crucero, de corbata a juego con vestido, de barrigas y embarazos, no, me refiero a las parejas que alguna vez fueron una pareja de verdad, un único par, un doble el uno del otro, una sopa primitiva de emociones, es una puta mentira. Incluso en ellas, cualquier parecido con lo que es el amor verdadero, es una representación alevosa y traicionera. Una mera apariencia. Un parasitismo de conveniencia, porque todos y todas quieren disfrutar de las emociones que les erizan los pelos de la nuca, de los abrazos, del sentirte realmente mimado y querido. Todo el mundo gusta de ello. Sin embargo, todos sienten que no tienen porqué darte explicaciones de nada, de nada que a ellos no les convenga, y, por supuesto, si se lo pides es que eres un celoso, eres injusto, te estás pasando y haces llorar. Sin embargo, cuando ellos lo desean, tú debes abrirte, escucharles y estar a su disposición para vomitarles todo cuando desean saber. Y si no lo haces es que ocultas algo, no eres sincero, eres egoísta, eres injusto y haces llorar. Qué desatino. Y todo aquello que parece tan firme, tan verdadero y tan cristalino cuando están presentes, se convierte en barro, en falacia y en opaco cuando se separan. Sin embargo, como buenos parásitos, saben mantener la compostura y siguen disfrutando de la fantasía. Pues nada, siendo así, intentaré morir solo. Parece la mejor opción.

sábado, 21 de febrero de 2015

Amor muerto.

En su cabeza miles de guturales voces entonaban sus macabros cánticos. El eco de los susurros envolvía su entendimiento.  Una extraña sensación de placidez le arropaba y le templaba por dentro. Notaba ese familiar abrazo impío del halo espectral que su insano instinto derramaba. Se llevó las manos a la cara y se frotó fuerte. Las subió hasta su cabeza. Frotaba frenético su nuca intentando ahuyentar la agobiante sensación de culpabilidad que intentaba turbarle en aquel maravilloso momento. Intentaba oscurecer la satisfacción que se apoderaba de él siempre que lo hacía. La miró. Estaba inerte. Su pecho no se movía y en su cara había una expresión de temor ausente. Estaba arrodillado a su lado. Se agachó para besarla. Tocó su boca con sus labios y la humedeció. La besó en el cuello. En la mejilla. La apartó la camiseta y acarició su pecho. Una profana triunfalidad hereje inundó sus sentidos. Se sentía eufórico, lleno de muerte. Sabía que esa grotesca sensación de alivio y esa forma de mostrar su romanticismo no eran inocuas, siempre iban envueltas de una insidia que vestía los axones de sus neuronas, que incomunicaba sus sinapsis. Pero no podía evitarlo. No podía rechazar ese fervor impaciente que le impelía violentamente a hacerlo. A satisfacer su necesidad de muerte. Cuando lo hacía se sentía por igual libre y esclavo. La luna se filtraba por las translúcidas cortinas empapando con su mortecina luz el cadáver de ella. Y ocultaba en sombras enfermizas los dementes rasgos de él. La incorporó y la apretó contra su pecho. La abrazaba. Mientras lo hacía una lágrima de placer, o dolor, no lo sabía, se descolgaba lánguida y fúnebre por su mejilla. Un ruido en la puerta le sobresaltó sacándole de su arrobado letargo. Era la policía golpeándola para romperla y entrar. Salió de la casa por detrás y se alejó corriendo de su último macabro romance fruto de su amor muerto.

sábado, 7 de febrero de 2015

Imaginación podrida.

Su mano se deslizó lánguida por su mejilla. Bajó rozando con los dedos el cuello. El hombro. Recorrió la perfecta línea de su clavícula. Continuó bajando perezosa hacia el pecho. La piel de gallina iba marcando el rastro de su tacto. Subió por la pequeña cuesta que guiaba sus dedos hacia el pezón. Lo cogió suavemente entre sus dedos. Lo acarició. Acercó sus labios. Su templado aliento la hizo estremecer. Apretó con los labios la pequeña protuberancia, que se encontraba ahora en un apogeo de emociones escalofriantes. La lengua bailó a su alrededor. Giraba en torno al pezón humedeciéndolo y haciéndolo crecer cada vez más. La mano continuó bajando. Las yemas de los dedos iban dejando un sendero de excitación en el vientre a medida que se aproximaban al ombligo. Lo rodearon casi sin tocarlo y descendieron hacia el centro de sus piernas. Acarició. Los dedos se movían en círculos haciendo que la humedad la empapase. Se introdujeron descarados y decididos. Lentamente entraban y salían catalizando la catarata de placer. Acercó su boca a la de ella. Ella suspiraba y su aliento se metía en su boca. Temblaba con cada movimiento de sus dedos. Juntó sus labios a los de ella. Ahora sus bocas formaban una única caverna. La saliva de él fluía hasta la de ella. Sus lenguas se enredaron en un abrazo retorcido y resbaladizo. La respiración de ella se hacía más y más agitada. Más ansiosa. Suaves gemidos salían de lo profundo de su garganta. Subía y bajaba su pelvis acompañando el rítmico movimiento de la mano de él. El gemido iba creciendo en intensidad. Se convirtió en un grito entrecortado. Cada vez más agudo. Más chillón. Siguió creciendo hasta convertirse en un insoportable y agónico grito. Constante. Sin parar. Se transformó en un alarido que torturaba sus sentidos. Sus tímpanos estaban al límite. Comenzó a sudar. A retorcerse. La angustia se enroscaba alrededor de su estómago estrangulándolo. De repente, se despertó sobresaltado. Había vuelto a soñar con ella. Había vuelto a soñar con lo que él ya no la hacía. Maldecía su imaginación. Sus sueños que le torturaban con las visiones de lo que ahora, eran otros los que se lo hacían. Buscó refugio en la oscuridad de sus párpados e intentó ventilar la pestilencia de su imaginación podrida. No lo consiguió. Sabía que estaba condenado a soñar para siempre con el hedor que despedían sus sueños.