jueves, 18 de diciembre de 2014

Cuando uno tiene gato.

Cuando uno tiene gato, sabe que a la hora de amueblar su casa no lo hace para sí mismo, sino para él. Cada mueble o enser que encuentre su sitio en en ella, será un molesto obstáculo al principio que se convertirá en un perfecto lugar de reposo para siestas aleatorias o escondite para futuras huidas repentinas e inexplicables. Cuando uno hace la compra del mes, o de los meses, dependiendo de la condición de cada uno, siempre hace un alto en la sección de golosinas y suculentos patés sin utilizar el embudo para la saca del dinero. Uno sabe que no ha de encariñarse con la bonita tela de la que están hechos los sofás, ni de las adornantes cortinas a juego con todo lo demás. Toda persona, lugar o cosa que se encuentre, ya sea por azar o por voluntad, en cualquiera de las estancias de la casa, se encuentra por razón axiomática bajo las leyes del capricho del gato. Uno sabe que todo, incluido uno mismo, le pertenece. Y si no es así, ese uno, no debe tener el privilegio de vivir con un gato.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Menos mal que no hay priesa.

Un convoy de cinco mujeres maduras, cuya espalda rozaba la línea de la tercera edad, caminaban molesta e inoportunamente en el mismo sentido que él. Su paso era tan ligero como el de un cocodrilo que camina hacia el río después de la siesta. Las separaba una equidistancia  casi perfecta. El adelantamiento era improbable, porque la estrecha acera estaba cercada por una pequeña valla, y además era estrecha, sí, la acera. Había intentado sobrepasar a la más cercana a él, pero ya no es que su perímetro fuese atípico en un ser humano, sino que su peinado abultaba como cien salicores enredados. En un momento de distracción en el que aquella mujer se había hecho unos milímetros a un lado,  aprovechó para adelantarla. La tensión se mascaba. Podía notar cómo los pelos que quedaban fuera de la maraña le intentaban agarrar. Las bolsas del Corte Inglés, que contribuían a incrementar el área de efecto de la señora, también hicieron su aportación al entorpecimiento del adelantamiento. Una ráfaga de perfume con olor a chaquetón taponó sus fosas nasales. Por fin, lo consiguió y se situó justo delante del tráiler. Pero aún quedaban otros cuatro por adelantar. Se llevó la manga a la frente para enjugar su sudor. El calor de la tensión del momento comenzó a remitir dejándole sentir el desgarrador frío en su piel. Reflexionó un momento. No estaba seguro de querer jugarse su vida en ese momento y de manera tan innecesaria. Así que decidió permanecer en el penúltimo lugar del convoy y esperar a que el camino se ensanchase. Total, no tenía priesa.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cómo te sientes III.

Como un chicle masticado.
Como ese mismo chicle pegado debajo de la mesa.
Como un mosquito empotrado contra el cristal.
Como una pieza perdida del puzle.
Como un gato tras una puerta cerrada.
Como el felpudo de bienvenida.
Como el acompañante del conductor del coche fúnebre.
Como una moneda de un céntimo.
Como el Ecce Homo restaurado.
Como un intervalo abierto.
Sin ganas de más.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Alma eterna.

Él quería llegar a un concierto con el demonio. Y el demonio quiso llegar a un concierto con él. Ambos estuvieron de acuerdo. Él sólo tendría que componer una pieza inigualable en belleza. Una obra maestra de todas las que ya se habían escrito y quedaban por escribir. Un conjunto de sonidos que inspirasen tanto placer como dolor. Que atrajese tantas alabanzas como lágrimas.

Se sentó ante su escritorio y comenzó a dejar que la pluma volase sobre el pentagrama. Cada nota que escribía resonaba en su cabeza, acumulando a su paso una secuencia armónica perfecta. Su mano no cesaba de transcribir lo que su corazón latía. Lo que sus ojos lloraban. Lo que sus cejas expresaban. Lo que sus oídos vibraban. Lo que su boca tarareaba. Lo que su alma era.

Poco a poco, iba rellenando páginas. Inagotable. Las notas se dispersaban formando un camino punteado que guardaba un perfecto equilibrio en las líneas de los pentagramas. Cuanto más largo era, más se debilitaba. Sonreía. Plañía. Gesticulaba. Inexpresaba. Un ansioso fervor impelía a la saliva de su boca a que escapase espesa por las comisuras. Todo su cuerpo temblaba paralizado.

Finalmente concluyó. Sin codas. Sin arpegios. Sin acordes. Coloreó la última nota y cayó desplomado. El demonio se acercó, agarró el montón de papeles y tiró fuerte hacia sí para liberarlos de la presa que el recién caído hacía con sus manos. Su despectiva sonrisa se tornó en una sonrisa de auténtico placer. Una carcajada le convulsionó el cuerpo. Otra. Otra. Su risa se esparcía triunfal por todas las casa vecinas. Ahora, el alma de aquel infortunado viviría eternamente en aquel manuscrito. Sobreviviendo el paso de los eones.

Se abrigó y se marchó. Se marchó riendo y muy maravillado de que el alma de aquel tanlentado ser ocupase tantas páginas.