¿Dónde hay porros?
¿A dónde es eso que llaman entendimiento?
No lo veo. Soy miope. Tengo las retinas tan desgastadas como las traviesas de los taburetes de un bar.
Quizá ese dios del que habláis tire su dado de cuatro y con ello converja mi suerte hacia lo que lleva dirigiéndome desde que nací. Claro, que igual está tirando un dado de veinte y por eso no atina. O quizá, yo, y con yo me refiero a yo, me esté dando más importancia de la que tengo para él, y ni siquiera está tirando dados por mí. Igual no soy más que la tira cómica de la parte de arriba del tebeo. Esa que se miraba cuando te habías leído veinte veces el tebeo y no sabías qué más mirar de él, y de repente te enterabas de que existía ese margen lleno de un contenido que, también de repente, te encantaba.
No importa. Sea lo que sea, soy, y como tal existo, según dijo un alguien sin importancia ahora mismo. No es que no importe, seguro que es importante y respetable intelectualmente hablando, pero estamos tratando de tales minucias y tantos desacatos hacia lo que es el pensar, que sería un poco insulto nombrar a ése alguien a quien aludimos unas veinte palabras antaño. O quizá no. Igual, si existiese ahora mismo, estaría pronto a contarnos sus opiniones y argumentos ante tales tiradas deidosas de dados. Ante esa suerte de la que me quejo. Quizá me diría que dejase de darme importancia a mí mismo y dejase de pensar en la suerte que no me pertenece, en esa suerte, que por su propia ausencia, no puede generar un antónimo, y que por tanto, la mala suerte de la que presumo no existe. En ese caso, volvería a darle una, dos, tres y hasta que mi pecho aguantase, caladas al canuto. Y quizá así, quizá, y digo quizá, lograse entender toda esta sarta de ideas que, filosofando baratamente, llegaron a mi pensamiento. Y no hay más. Sin más. No se quiera leer aquí un final grandilocuente, porque este texto no lo merece. Y tampoco los dedos que han transcrito, como han podido, el conjunto de trisomías aquí escritas.