martes, 28 de octubre de 2014

Devorándola.

La miraba mientras dormía. Sin que ella se enterase. Veía cómo su pecho subía y bajaba arropado por la fina sábana. Se lo imaginaba entre sus dedos. Se imaginaba presionando los pequeñísimos pezones suavemente con sus labios. Su espesa melena lacia caía desordenada por la almohada. Miraba hipnotizada su delgado y blanco cuello, sus finas clavículas, sus redondeados hombros. Notaba la afluencia de su débil pulso por sus venas. Fantaseaba consigo misma acariciando el sótano de su pelvis con sus alargados dedos mientras mordía con dulce crueldad las venas de su cuello. Mientras, con la otra mano, le deslizaba el tirante del camisón por la cuesta de su hombro. Bajando poco a poco, besando húmedamente cada parte hasta llegar al busto. Mordiendo. Escuchando los leves gemidos de ella disfrutando cada gota de sangre que se escapaba de su cuerpo.
Cada noche había querido despertarla suavemente con una caricia. Con un beso en los labios entrecerrados. Pero jamás se atrevió a romper su delicado y plácido sueño.
Esa noche, la miró sin parar. La miró sin parpadear. La acarició con sus ojos hasta que los cobrizos rayos del sol comenzaron a teñir de escarlata el cielo.
Esa noche decidió no marcharse. No irse. Quedarse hasta que la luz la quemase y la convirtiese en una escultura de ceniza. Esa noche decidió regalarle su eternidad. Para siempre.

Y no estaba ahí.

Su mirada se perdió por algún rincón de la sala. Se perdió buscando la figura de ella. Sabía que no la encontraría allí, pero aún así, desde su asiento, dejó que su ilusión se empotrase en todas y cada una de las casi planas paredes.
La quería ahí y ahora. La quería ahí y ahora. Pero no estaba y no estaría.
Se refugió tras la perfumada nube de blanco y denso humo que acababa de expirar resignadamente.
No estaba ahí.

sábado, 18 de octubre de 2014

Últimamente X.

Últimamente le rondaba una idea: ¿era incapaz de atarse a alguien? ¿Ni siqiera cuando ese alguien le gustase? Aspiró el perfumado humo a través de la larga tubería de la cachimba. Algo tenía que ocurrir siempre que encontraba a una persona que le gustase, que le hacía perder las ganas. Joder, qué mierdas pasaba en su cerebro y qué mierdas le pasaba a la otra persona. Si no era por él, era por ella, pero siempre acababa sin poder empezar algo serio. Soltó una densa y blanquecina nube de vapor mientras rumiaba sus pensamientos. ¿Podría algún día de alguna semana de algún mes de algún año de algún lustro de alguna década de su vida dar con la respuesta, y lo que era más difícil, con la solución?
Dejó que Bullion le inundase los sentidos y, aunque no le ayudase a llegar a la conclusión acertada, le llenase de emociones que le sacasen de su espiral infinita de indecisión.
Pasase lo que pasase, siempre que escuchase esa canción le recordaría a ella. Por lo menos eso sí permanecería.

Últimamente IX.

Últimamente echaba de menos ciertas cosas. Una lástima que no le quedasen porros. A pesar de su determinación de estar solo, no podía dejar de pensar que su cuerpo necesitaba que alguien le hiciese cosquillas. Que alguien le abrazase y que le quisiese besar más allá de una noche cualquiera. "Eres un inmaduro. Todos esos que os pensáis que no os hace falta nadie y que os autoconvencéis de que queréis estar solos, sois los más dependientes de las personas". Algo así fue lo que, una mongólica borracha con acento de pija barata, cagó por la boca a una hora avanzada de la madrugada, cuando el garito ya había cerrado. Mientras recordaba ese mensaje subnormaloide, se alegró de haber ido suficientemente borracho como para no poder contestarla y para no retenerlo entero. Sin embargo, le dio una oportunidad al residuo que permanecía y meditó sobre ello. "¿Será verdad que aunque crea que necesito la soledad, realmente lo que necesito es a otra persona?". Nah, eso era una estupidez. Está claro que a todo el mundo le gusta que le quieran más allá de una amistad, y para llegar a esa conclusión no hace falta mezclar la madurez, ni creerse Zenón debatiendo sobre su dicotomía. Sin embargo, notaba que echaba de menos ciertos momentos que había vivido hacía mucho tiempo atrás. Casi todos en la cama, sí, pero es ahí donde se extenúa y se culmina cualquier muestra de amor verdadero. Cierto que también añoraba otros que no habían sucedido en la cama. Concluyó con certeza que en su camino hacia la soledad iba a echar de menos las caricias y los susurros, igual que, en ese justo momento, echaba de menos la piedra marrón que sabía cómo golpearle para noquearle.