"Últimamente la gente decide cuándo entra en tu vida y, lo que es peor, cuándo sale". Eso es lo que pensó mientras le daba otra calada al espirituante desdensificador de almas, al catalizador de espesura. No importaba el ordinal que la ubicase en esa sucesión de inspiraciones ahumadas. Simplemente era una más. ¿Por qué las personas tenían esa capacidad de decidir repercutiendo en él? "Quizá - pensó - es porque últimamente las personas son más egoístas y no tienen apego hacia nada, salvo a sí mismos". Pensó en si él había hecho lo mismo. Encontró situaciones parecidas, pero no tan exageradas como para considerarle un entrometido, ni un frívolo, ni un egoísta cinético. Qué solución había a esto. Concluyó que lo mejor sería seguir aspirando ese contaminante nervioso, ese vapor ronco, y no darle vueltas a algo que no podría cambiar sin cambiar su forma de ser, y decidió seguir siendo lo que era aunque eso supusiese no poder ser el dueño del derecho de admisión en su vida.