jueves, 18 de diciembre de 2014

Cuando uno tiene gato.

Cuando uno tiene gato, sabe que a la hora de amueblar su casa no lo hace para sí mismo, sino para él. Cada mueble o enser que encuentre su sitio en en ella, será un molesto obstáculo al principio que se convertirá en un perfecto lugar de reposo para siestas aleatorias o escondite para futuras huidas repentinas e inexplicables. Cuando uno hace la compra del mes, o de los meses, dependiendo de la condición de cada uno, siempre hace un alto en la sección de golosinas y suculentos patés sin utilizar el embudo para la saca del dinero. Uno sabe que no ha de encariñarse con la bonita tela de la que están hechos los sofás, ni de las adornantes cortinas a juego con todo lo demás. Toda persona, lugar o cosa que se encuentre, ya sea por azar o por voluntad, en cualquiera de las estancias de la casa, se encuentra por razón axiomática bajo las leyes del capricho del gato. Uno sabe que todo, incluido uno mismo, le pertenece. Y si no es así, ese uno, no debe tener el privilegio de vivir con un gato.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Menos mal que no hay priesa.

Un convoy de cinco mujeres maduras, cuya espalda rozaba la línea de la tercera edad, caminaban molesta e inoportunamente en el mismo sentido que él. Su paso era tan ligero como el de un cocodrilo que camina hacia el río después de la siesta. Las separaba una equidistancia  casi perfecta. El adelantamiento era improbable, porque la estrecha acera estaba cercada por una pequeña valla, y además era estrecha, sí, la acera. Había intentado sobrepasar a la más cercana a él, pero ya no es que su perímetro fuese atípico en un ser humano, sino que su peinado abultaba como cien salicores enredados. En un momento de distracción en el que aquella mujer se había hecho unos milímetros a un lado,  aprovechó para adelantarla. La tensión se mascaba. Podía notar cómo los pelos que quedaban fuera de la maraña le intentaban agarrar. Las bolsas del Corte Inglés, que contribuían a incrementar el área de efecto de la señora, también hicieron su aportación al entorpecimiento del adelantamiento. Una ráfaga de perfume con olor a chaquetón taponó sus fosas nasales. Por fin, lo consiguió y se situó justo delante del tráiler. Pero aún quedaban otros cuatro por adelantar. Se llevó la manga a la frente para enjugar su sudor. El calor de la tensión del momento comenzó a remitir dejándole sentir el desgarrador frío en su piel. Reflexionó un momento. No estaba seguro de querer jugarse su vida en ese momento y de manera tan innecesaria. Así que decidió permanecer en el penúltimo lugar del convoy y esperar a que el camino se ensanchase. Total, no tenía priesa.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cómo te sientes III.

Como un chicle masticado.
Como ese mismo chicle pegado debajo de la mesa.
Como un mosquito empotrado contra el cristal.
Como una pieza perdida del puzle.
Como un gato tras una puerta cerrada.
Como el felpudo de bienvenida.
Como el acompañante del conductor del coche fúnebre.
Como una moneda de un céntimo.
Como el Ecce Homo restaurado.
Como un intervalo abierto.
Sin ganas de más.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Alma eterna.

Él quería llegar a un concierto con el demonio. Y el demonio quiso llegar a un concierto con él. Ambos estuvieron de acuerdo. Él sólo tendría que componer una pieza inigualable en belleza. Una obra maestra de todas las que ya se habían escrito y quedaban por escribir. Un conjunto de sonidos que inspirasen tanto placer como dolor. Que atrajese tantas alabanzas como lágrimas.

Se sentó ante su escritorio y comenzó a dejar que la pluma volase sobre el pentagrama. Cada nota que escribía resonaba en su cabeza, acumulando a su paso una secuencia armónica perfecta. Su mano no cesaba de transcribir lo que su corazón latía. Lo que sus ojos lloraban. Lo que sus cejas expresaban. Lo que sus oídos vibraban. Lo que su boca tarareaba. Lo que su alma era.

Poco a poco, iba rellenando páginas. Inagotable. Las notas se dispersaban formando un camino punteado que guardaba un perfecto equilibrio en las líneas de los pentagramas. Cuanto más largo era, más se debilitaba. Sonreía. Plañía. Gesticulaba. Inexpresaba. Un ansioso fervor impelía a la saliva de su boca a que escapase espesa por las comisuras. Todo su cuerpo temblaba paralizado.

Finalmente concluyó. Sin codas. Sin arpegios. Sin acordes. Coloreó la última nota y cayó desplomado. El demonio se acercó, agarró el montón de papeles y tiró fuerte hacia sí para liberarlos de la presa que el recién caído hacía con sus manos. Su despectiva sonrisa se tornó en una sonrisa de auténtico placer. Una carcajada le convulsionó el cuerpo. Otra. Otra. Su risa se esparcía triunfal por todas las casa vecinas. Ahora, el alma de aquel infortunado viviría eternamente en aquel manuscrito. Sobreviviendo el paso de los eones.

Se abrigó y se marchó. Se marchó riendo y muy maravillado de que el alma de aquel tanlentado ser ocupase tantas páginas.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Va a ser duro.

Va ser duro tener que quedarme con el recuerdo de tus respingones labios entreabiertos mientras disfrutas de mis dedos.
Va a ser duro no volver a sentir tu aliento en mi boca mientras culminas.
Va a ser duro pensar en tu pecho a cientos de kilómetros de mí.
Pensar en tus muslos rodeados por otras manos que no sean las mías.
Pensar que ya no voy a poder esquivar nunca más tu mirada. Mirarte a los ojos mientras no me miran.
Va a ser duro no poder abrazarte. No poder sentir en mis yemas tus clavículas. No poder chuparte el cuello.
Va ser duro verte conectada en el whats app y que te desconectes sin que nos digamos nada.
Va a ser duro olvidar este puto mes.
Va a ser duro.

Dejémoslo estar.

¿Dónde hay porros?
¿A dónde es eso que llaman entendimiento?
No lo veo. Soy miope. Tengo las retinas tan desgastadas como las traviesas de los taburetes de un bar.
Quizá ese dios del que habláis tire su dado de cuatro y con ello converja mi suerte hacia lo que lleva dirigiéndome desde que nací. Claro, que igual está tirando un dado de veinte y por eso no atina. O quizá, yo, y con yo me refiero a yo, me esté dando más importancia de la que tengo para él, y ni siquiera está tirando dados por mí. Igual no soy más que la tira cómica de la parte de arriba del tebeo. Esa que se miraba cuando te habías leído veinte veces el tebeo y no sabías qué más mirar de él, y de repente te enterabas de que existía ese margen lleno de un contenido que, también de repente, te encantaba.
No importa. Sea lo que sea, soy, y como tal existo, según dijo un alguien sin importancia ahora mismo. No es que no importe, seguro que es importante y respetable intelectualmente hablando, pero estamos tratando de tales minucias y tantos desacatos hacia lo que es el pensar, que sería un poco insulto nombrar a ése alguien a quien aludimos unas veinte palabras antaño. O quizá no. Igual, si existiese ahora mismo, estaría pronto a contarnos sus opiniones y argumentos ante tales tiradas deidosas de dados. Ante esa suerte de la que me quejo. Quizá me diría que dejase de darme importancia a mí mismo y dejase de pensar en la suerte que no me pertenece, en esa suerte, que por su propia ausencia, no puede generar un antónimo, y que por tanto, la mala suerte de la que presumo no existe. En ese caso, volvería a darle una, dos, tres y hasta que mi pecho aguantase, caladas al canuto. Y quizá así, quizá, y digo quizá, lograse entender toda esta sarta de ideas que, filosofando baratamente, llegaron a mi pensamiento. Y no hay más. Sin más. No se quiera leer aquí un final grandilocuente, porque este texto no lo merece. Y tampoco los dedos que han transcrito, como han podido, el conjunto de trisomías aquí escritas.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sola.

Reía. Jugaba con sus amigas que le pasaban el balón. Gritaban. Juntas aplastaban el agua de los charcos y se empapaban la falda. Cantaban. Sus trenzas negras volaban alegres. Miró hacia la pared de ladrillo. El chico que le gustaba estaba allí apoyado y le sonreía.
De repente, levantó la mirada. Una lágrima se arrojó desde su ojo y se deslizó por la suave mejilla. Estaba sentada sobre un poyete. Sola. Sus negras trenzas caían tristes sobre su pecho. Miró al patio y vio a esa manada de seres inverosímilmente felices. Ningún chico la miraba desde ninguna pared. Ninguna chica la buscaba para pasarle ningún balón. Bajó de nuevo la mirada. Las manos rezaban silenciosas entre las rodillas. Cerró los ojos y se prometió no volver a soñar jamás con las falsas emociones que no existían para ella.
Estaba sola y sola decidió permanecer.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Últimamente XIII.

"No hay que dejar que las emociones por nadie crezcan dentro". Eso es lo que pensaba últimamente, y no tan últimamente. Eso es lo que llevaba pensando desde que se precipitó por equisava vez al dejarse llevar. Joder, la última vez que lo pensó pensaba que era casi la primera, pero haciendo memoria se dio cuenta de que lo había pensado ya unas cuantas veces más. Empezaba a heder ya. A ver si esta vez era verdad y lo cumplía. Dio una sabrosa calada al causante de su estado de flotación actual. Dejó que "River was filled with stories" de "World's End Girlfriend" le meciese y le empujase suavemente por el aire. Se encontraba en una nube espesa, blandita y cojinosa. Y montado en ella, como Goku, pero tumbado, se dejó llevar para salir de la pestilencia de sus pensamientos.

Como un orate.

Soliloquiando como un orate cualquiera, hallábase el tragicómico representando su propia obra. Bañándose en su dolor, creíase el único ser del planeta abatido por tan ecuménico enemigo. Un poco presuntuoso por su parte pensar que nadie podría comprenderle en tan gran desasosiego, que nadie había pasado como él por tan cruenta desgarrada interior.
Ahora sólo quería refugiarse en la calidez de la glacial depresión. Quería dejar de sentir. Y quería poder quedarse solo en su cueva.

martes, 28 de octubre de 2014

Devorándola.

La miraba mientras dormía. Sin que ella se enterase. Veía cómo su pecho subía y bajaba arropado por la fina sábana. Se lo imaginaba entre sus dedos. Se imaginaba presionando los pequeñísimos pezones suavemente con sus labios. Su espesa melena lacia caía desordenada por la almohada. Miraba hipnotizada su delgado y blanco cuello, sus finas clavículas, sus redondeados hombros. Notaba la afluencia de su débil pulso por sus venas. Fantaseaba consigo misma acariciando el sótano de su pelvis con sus alargados dedos mientras mordía con dulce crueldad las venas de su cuello. Mientras, con la otra mano, le deslizaba el tirante del camisón por la cuesta de su hombro. Bajando poco a poco, besando húmedamente cada parte hasta llegar al busto. Mordiendo. Escuchando los leves gemidos de ella disfrutando cada gota de sangre que se escapaba de su cuerpo.
Cada noche había querido despertarla suavemente con una caricia. Con un beso en los labios entrecerrados. Pero jamás se atrevió a romper su delicado y plácido sueño.
Esa noche, la miró sin parar. La miró sin parpadear. La acarició con sus ojos hasta que los cobrizos rayos del sol comenzaron a teñir de escarlata el cielo.
Esa noche decidió no marcharse. No irse. Quedarse hasta que la luz la quemase y la convirtiese en una escultura de ceniza. Esa noche decidió regalarle su eternidad. Para siempre.

Y no estaba ahí.

Su mirada se perdió por algún rincón de la sala. Se perdió buscando la figura de ella. Sabía que no la encontraría allí, pero aún así, desde su asiento, dejó que su ilusión se empotrase en todas y cada una de las casi planas paredes.
La quería ahí y ahora. La quería ahí y ahora. Pero no estaba y no estaría.
Se refugió tras la perfumada nube de blanco y denso humo que acababa de expirar resignadamente.
No estaba ahí.

sábado, 18 de octubre de 2014

Últimamente X.

Últimamente le rondaba una idea: ¿era incapaz de atarse a alguien? ¿Ni siqiera cuando ese alguien le gustase? Aspiró el perfumado humo a través de la larga tubería de la cachimba. Algo tenía que ocurrir siempre que encontraba a una persona que le gustase, que le hacía perder las ganas. Joder, qué mierdas pasaba en su cerebro y qué mierdas le pasaba a la otra persona. Si no era por él, era por ella, pero siempre acababa sin poder empezar algo serio. Soltó una densa y blanquecina nube de vapor mientras rumiaba sus pensamientos. ¿Podría algún día de alguna semana de algún mes de algún año de algún lustro de alguna década de su vida dar con la respuesta, y lo que era más difícil, con la solución?
Dejó que Bullion le inundase los sentidos y, aunque no le ayudase a llegar a la conclusión acertada, le llenase de emociones que le sacasen de su espiral infinita de indecisión.
Pasase lo que pasase, siempre que escuchase esa canción le recordaría a ella. Por lo menos eso sí permanecería.

Últimamente IX.

Últimamente echaba de menos ciertas cosas. Una lástima que no le quedasen porros. A pesar de su determinación de estar solo, no podía dejar de pensar que su cuerpo necesitaba que alguien le hiciese cosquillas. Que alguien le abrazase y que le quisiese besar más allá de una noche cualquiera. "Eres un inmaduro. Todos esos que os pensáis que no os hace falta nadie y que os autoconvencéis de que queréis estar solos, sois los más dependientes de las personas". Algo así fue lo que, una mongólica borracha con acento de pija barata, cagó por la boca a una hora avanzada de la madrugada, cuando el garito ya había cerrado. Mientras recordaba ese mensaje subnormaloide, se alegró de haber ido suficientemente borracho como para no poder contestarla y para no retenerlo entero. Sin embargo, le dio una oportunidad al residuo que permanecía y meditó sobre ello. "¿Será verdad que aunque crea que necesito la soledad, realmente lo que necesito es a otra persona?". Nah, eso era una estupidez. Está claro que a todo el mundo le gusta que le quieran más allá de una amistad, y para llegar a esa conclusión no hace falta mezclar la madurez, ni creerse Zenón debatiendo sobre su dicotomía. Sin embargo, notaba que echaba de menos ciertos momentos que había vivido hacía mucho tiempo atrás. Casi todos en la cama, sí, pero es ahí donde se extenúa y se culmina cualquier muestra de amor verdadero. Cierto que también añoraba otros que no habían sucedido en la cama. Concluyó con certeza que en su camino hacia la soledad iba a echar de menos las caricias y los susurros, igual que, en ese justo momento, echaba de menos la piedra marrón que sabía cómo golpearle para noquearle.

sábado, 23 de agosto de 2014

El que cayó del cielo.

Un demoníaco alarido brotó de las entrañas de su pecho. Sus puños estaban comprimidos con una fuerza aplastante. Los músculos de su cuerpo agarrotados en una furiosa y desesperada contracción. Su mirada se perdía en el cielo enrojecido por los últimos rayos.
Las criaturas en las copas de los árboles chillaban y gritaban sin cesar mientras alzaban su vuelo entrópico para alejarse de aquél mártir. Las criaturas del suelo se arrastraban penosas, ávidas por huir.
Un nuevo gemido empujó el aire. Como una nota asonante, acompañó el vuelo de las aves y arrastró a los reptiles más allá.
Derrotado, el demonio cayó de rodillas. Su cabeza dejó de mirar al cruel cielo. Hundió la barbilla en su pecho y dejó que sus ojos escupiesen abrasadoras lágrimas que se evaporaban.
En su mente, la pura y pía imagen de ella comenzó a convertirse en un sentimiento nuevo para él. Dos cuernos empezaron a nacer en sus sienes, abriéndose paso a través de la carne. Cuanto más odiaba, más crecían. En sus omóplatos, un par de oscuras alas salían dolorosas y sin arrepentimiento. Cuanto más odiaba, más crecían.
Condenado a abandonar su hogar, expulsado del Reino e ignominiado ante todos los demás ángeles, se encontraba ahora desterrado. Apartado de aquel alma a la que amaba. Apartado de aquel alma que le amaba.
Alimentado por las ardientes emociones que calcinaban su corazón, juró no parar nunca hasta derrotarle. Juró no parar nunca hasta que volviese a ser capaz de invocar en su mente la imagen blanca y pura de ella, la pasión de su cercanía, en lugar del odio que ahora le cegaba.
Su lucha duró siempre, y las dos grandes astas de su cabeza, así como las enormes alas de su espalda, no cesaron de crecer nunca.

domingo, 3 de agosto de 2014

Fluye.

Temblorosas y agudas notas de un sitar vibraban cosquilleantes en su cerebro. Los árboles a los lados, tenían troncos morados y ondulaban como si estuviesen plantados en el suelo del océano.  La hojas estaban coloreadas de un verde de intensidad palpitante.
Caminaba con la densidad del humo. Sus brazos, colgantes de los curvos hombros caídamente relajados, pendulaban en exagerado balanceo.
Pájaros negros como la capucha de la muerte, cuyo cuerpo era un único trazo grueso, se cruzaban en lo alto. Salían de los árboles y desaparecían repentinamente en el aire. Salían repentinamente del aire y desaparecían en los árboles.
Una gata, negra como el lomo del necronomicón, apareció caminando y se sentó cortándole el paso. Le miraba con la cabeza inclinada hacia un lado indeterminable y movía la punta de la cola suavemente hacia arriba y velozmente hacia abajo. La gata se levantó y desapareció seguida de su contoneante trasero.
Las frecuencias agudas se ralentizaban hacia la cadencia lenta de los graves. Las frecuencias graves le resonaban en el diafragma y le atravesaban como almas en pena que vagan fluidizadas en busca del castigo que las redima de sus pecados en vida.
Se detuvo. Ante él, ahora se extendía una pradera tan larga y tan ancha como lo era su espectro angular de visión.
Una enredadera comenzó a enredarse por la pierna del mismo lado indeterminable hacia el que la gata ladeó su apagada cabeza. No le importaba.
Continuó caminado mientras la enredadera le enredaba la pierna del lado contrario al lado indeterminable hacia el que la gata ladeó su apagada cabeza. No importaba. Fluía. Notaba que era uno con todo en su estado gaseoso.
Le dio al stop del walkman y detuvo la cinta en la que se había grabado el disco de Beck, Mellow Gold. Apagó el acabado espirituoso. Dejó que la gravedad le pegase al sofá como se pega una gota de lluvia de alta gravedad al suelo tras caer.
Ahora sí. Ahora fluía. Todo fluía. Todo.

miércoles, 23 de julio de 2014

Amigo de la muerte.

Se encontraba la muerte sentada al lado de un viejillo en el banco. Juntos se descojonaban de las palomas. Que si una tenía una pata torcida, que otra tenía una mancha a lo Gorbachev, que si míralas que ansiosas. La típica conversación de banco en parque.
De pronto, la muerte dejó de bromear y se puso seria. El viejecillo la miró y le dijo: "si tienes que hacerlo, hazlo. Ya lo hemos hablado antes".
Un corredor de parque, enmayado en sus licras, pasó acelerado por su lado. La muerte agitó su guadaña e, instantáneamente después, la cabeza del joven corredor se fue haciendo la croqueta por una cuesta.
La muerte palmeó la mano del viejo.

miércoles, 18 de junio de 2014

Carta de odio.

Una suave brisa mecía las cortinas que cubrían la pequeña ventana. Sentado frente a su escritorio lleno de libros, de papeles revueltos, de escritos válidos e inútiles, hojas arrugadas y dispersas, veía cómo la cera de la vela, prácticamente consumida, chorreaba lánguida y perezosa, acumulándose como un charco de barro en el platillo. No sabía cuánto tiempo llevaba así. Sentado. Mirando. Con el pensamiento vacío. A su alrededor, por todo el suelo de la diminuta habitación que era su casa, se extendía lo que era el fiel reflejo de su mesa de trabajo.

De pronto, agarró la larga pluma despertándola de su letargo. La entintó y comenzó a escribir. Comenzó a escribir frenéticamente, dominado por una fuerza y una rabia impetuosa desconocidas para él. Inconscientemente, iba trazando símbolos, unos detrás de otros. No paró.  No paraba. Las ideas fluían sin interrupción desde las lágrimas que sus ojos despedían para siempre. Cuanto más lloraba, más rápidamente caían las gotas de cera por la escuálida vela. La cera, antes adormecida, fluía como agua hasta la base. Cada vez que apuñalaba al tintero, gotas de oscuro y espeso rojo salpicaban en derredor.

Cada vez más rápido, escribía. En ese momento, descubrió maravillado que no conocía los símbolos que se iban sucediendo a medida que avanzaba. Sin embargo, lo entendía. Tenía claro que eso, y no otra cosa, era lo que deseaba escribir. A veces, el papel se rasgaba bajo el filo de la pluma. La vela terminó de consumirse. No importaba, veía. No le hacía falta luz.

En cada agitación de su brazo, las cortinas se revolvían perturbadas por una fuerte corriente de pestilente aire. El olor a sulfuro había inundado toda la estancia. Pero no le saturaba. Le inspiraba para seguir manuscribiendo.

Cuando terminó de componer, introdujo el castigado papel dentro de un amarillento sobre cuya superficie estaba adornada por manchas secas. Lo selló. Sin pensarlo dos veces, se acercó a la ventana y lo lanzó, teniendo la total convicción de que esa carta impregnada de dolor, llena de sufrimiento y bañada con su alma, llegaría a su destino.

Instantáneamente después, se despertó. Desconcertado y desorientado. A su mente acudieron los recuerdos del intenso sueño. Rápidamente, se levantó del colchón alojado en el suelo a la sombra de un rincón, y se acercó al escritorio. Miró. Buscó. Removió con locura los papeles. Aliviado al no encontrar los restos de algo que probase la veracidad de la locura que proclamaba la onírica noche anterior, se sentó en la decrépita silla.

De repente, una sensación agobiante le estranguló el estómago. Buscó el tintero. No estaba. Tembloroso, fue girando lentamente la cabeza para mirar su brazo, el brazo que no utilizaba para casi nada. Tenía la camisa totalmente desgarrada y ensangrentada. Su carne al descubierto, lucía manchas resecas de sangre en forma de círculos que tapaban las heridas ligeramente profundas. Cogió la pluma y vio, en lo que quedaba de la pulida punta, surcos de sangre. Un olor macilento, impío y denso comenzó a penetrar en sus fosas nasales.

En ese momento, conocedor de que lo que había ocurrido en su sueño había sido cierto, sabiendo que había arrojado tan herética maldición dentro de un sobre, agarró lo que quedaba de su utensilio de escritura y se lo hundió en el pecho hasta el fondo. Endurecida como un puñal por una fuerza blasfema, la pluma atravesó la fina carne y quebró el hueso. Con una feroz e incesante carcajada cayó muerto sobre el suelo de la habitación.

Al cabo del tiempo, encontraron su cadáver boca arriba en perfectas condiciones. Una pestilencia a sacrilegio inundaba toda la estancia, a pesar de que la ventana había estado abierta. Decansaba con sus manos aferradas a un puñal de talla ancestral. Y lo que les produjo el mayor desasosiego e inquietud, fue la grotesca y triunfal sonrisa que vestía la demoníaca expresión de su cara.

lunes, 9 de junio de 2014

Un aplauso II.

A todos esos infraseres que, por algún motivo educadamente desconocido, entran atropellando sin darse cuenta de nuestra incapacidad para sublimarnos y cederles el paso antes de poder salir.
Un aplauso.

Un aplauso I.

A todos aquellos que, disfrazados de guerrilleros y armados hasta los dientes, se ocultan para asesinar, orgullosos y con fruición, a criaturas indefensas tan sólo por su propio gozo.
Un aplauso.

miércoles, 4 de junio de 2014

Susurros.

Escuchó una muy suave  y bajísima voz junto a su oído. Se sobresaltó. Miró a su alrededor, pero ninguno de los pasajeros que tenía cerca ni lejos tenían pinta de haberle hablado, así que bajó la mirada y continuó con su lectura. Había pasado dos páginas, cuando volvió a oír un susurro, esta vez más cerca. Escuchó perfectamente la melodía de esa voz que se propagó por el laberinto de sus axones. Sin embargo, no fue capaz de entender nada, a pesar de que sabía que podría entender esos fonemas. Podría ser capaz de identificar esa voz en el barullo de cualquier muchedumbre, incluso siendo la segunda vez en su vida que la oía. Volvió a mirar confundido a su alrededor, pero ninguno de los pasajeros parecía reparar en él. Retornó al aislamiento de su lectura un tanto turbado, dejando que el tren le llevase de vuelta a casa. De nuevo. La voz, esta vez clara e intensa, comenzó a ronronear su suave armonía en su oído. Llegó a notar hasta el húmedo y templado aliento que hizo que el vello circundante protestase de placer. No le hizo falta levantar la vista y girar la cabeza para saber que ahí estaba, hablándole bajito. Tampoco quería ver, no quería oler ni palpar. Sólo quería que esa melodía siguiese transmitiéndole incomprensibles palabras que se transformaban en transparentes ideas cristalizadas, en pensamientos tan claramente reales como lo era aquella voz. Cerró el libro y salió del vagón. Sin voluntad, seguía actuando. Sin ver, caminaba. Totalmente inconsciente sabía perfectamente lo que hacía. Una figura turbia iba haciéndose cada vez más clara. Subió las escaleras de salida a la calle. Seguía a esa figura translúcida, humácea, que cada vez se hacía más sólida y densa. Como un sonámbulo callejeó detrás de ella, sin pensar, sin parar. El aliento en su oreja se transmitía cálido y meloso por dentro, esculpiendo por él sus pensamientos. Finalmente alcanzó a la figura en un portal. La agarró firmemente el cuello y apretó. La voz, ahora había desgarrado su suave textura y se había convertido casi en un chillido. Aquel aliento chirriaba en sus oídos, arañaba sus ojos por dentro, se arrastraba punzante por toda su cabeza. Seguía sin entender ni una palabra, pero un pensamiento se hacía cada vez más claro. Más firme. Más real. Siguió apretando. No paró. El sonido que le había dominado y que le ardía por dentro no le dejaba apenas escuchar los pequeños ruidos agónicos de su víctima. No le dejaba notar las manos que se aferraban fuertes a sus muñecas. No le dejaban ver los ojos descompuestos en lágrimas. De pronto, la voz cesó de golpe. Silencio. Un frío brutal le heló instantáneamente todo aquello que la voz le había tocado. La gélida sensación le llegó a la oreja que hacía unos instantes había estado arropada por un cálido vaho. Rápidamente se extendió por todo su cuerpo y cayó de rodillas. Se abrazó a sí mismo. La voz comenzó de nuevo a susurrarle suavemente. Le alzó la cabeza empujándole delicadamente la barbilla hacia arriba. No vio nada. Sin embargo, notó perfectamente el tacto de unos labios gélidos que le empujaban sutilmente los suyos. Sin más, dejó de notar la reconfortante presión sobre su boca. Se llevó los dedos a los labios y los notó húmedos. Una fina película de saliva los envolvía. Mientras la fría sensación desaparecía, podía escuchar perfectamente un eco en sus oídos. Una palabra que le transmitía un inconfundible mensaje. "Gracias".

domingo, 1 de junio de 2014

Últimamente VIII.

"¿Karma?", pensó mientras terminaba de repasar el borde del papel con una fina capa de saliva que residía en su lengua. Los que hablan de karma hablan siempre de él como si fuese justo. Como un ente capaz de vigilar a todos y cada uno de los seres humanos y devolverles el bien o mal que han hecho. ¿De verdad no se van a cansar de inventar deidades y etéreos seres capaces de involucrarse en nuestras vidas? La gente es omnidiota. Si ese karma existiese, realmente sería un repartidor injusto de suerte. Últimamente no podía pensar que no fuese así, puesto que no se cansaba de ver inmundicia no inerte que llevaba una vida generosa, mientras que él, que rebosaba buen karma, recibía mochilas de piedras. "Bueno, qué importa. Lo que tenga que ser no dejará de ser, y lo que no tenga que ser no será, y punto". Así es como realmente funcionaban las cosas para él, que, a diferencia de los karmistas, islamistas, cristianistas, imbecilistas y demás sociedades amentales, no le puso un nombre a tal idea. Ahora mismo, sólo quería encender el rollo de papel relleno de aturdidor. Sin embargo, se le había olvidado el mechero. ¿Quién dijo Karma?

jueves, 17 de abril de 2014

Sin corazón.

Se agarró el pecho y se dio unos golpes. Eso había dejado de latir. Ya no le quedaba ni un trozo de corazón. Se lo había dado todo. Bueno, igual alguna fibra colgante de lo que fue un músculo, quedaba ahí. Colgante. A pesar de haberse quedado sin él y habérselo regalado cachito a cachito, no la culpaba. Y no le importaba, porque lo había gastado en lo que realmente quería, así que qué importaba haberse quedado sin corazón y sin ella. Lo único malo, o bueno, según se mirase, era que ya no podría sufrir nunca por nadie más.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Cuestión de velcro.

Ojalá vistiésemos velcro para que este abrazo durase siempre.

Dejarlo estar.

Es mejor no hacer. No comportarte. Y sobre todo no expresarte. Lo único que se consigue haciéndolo es alejar lo que quieres.

viernes, 14 de marzo de 2014

Miércoles de ceniza.

Si se estilase comer mierda en salazón, la tragaríais como quien sufre un orgasmo. Si al año eso pasase de moda, y la nueva moda fuese llevar gafas y tubo, lo vestiríais como quien tragaba mierda en salazón un año atrás. Concluyo: idiotas sois  y en idiotas os convertiréis.

Quemado.

Qué razón tenía aquel que dijo por primera vez: iros todos a tomar por culo.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Revolución.

Los y las sirvientas sacudían diligentemente el polvo con sus plumeros. Sin piedad limpiaban los muebles y las estanterías. Sacudían indiferentes a las débiles motas de polvo haciéndolas desaparecer. Hasta que un día, hartas de tanto vapuleo descontrolado e injusto, todas las motas de polvo se pusieron de acuerdo y cayeron a la vez. La incapaz servidumbre se veía desbordada ante tantas motas juntas. Impotentes sacudían sus herramientas de trabajo, pero por más que limpiaban, una nueva capa de polvo cubría instantáneamente lo limpiado. Sus fosas nasales se llenaban. Sus pies estaban cubiertos. Sus varitas limpiadoras estaban saturadas. Uno a uno fueron cayendo. Los amos de la casa entraron en cólera por su  incapacidad. Cruelmente los reprendían sin tener en cuenta el buen servicio que les habían ofrecido a lo largo de tantos años. Feroz e imparable, el polvo avanzaba cada vez más. Los amos cada vez estaban más amedrentados. Y lo que, en un principio, parecía inofensivo e inocuo, era ahora ominoso, amenazante y poderoso. Finalmente todos cayeron ahogados, y por fin, aquellas motas de polvo pudieron descansar en paz.

martes, 11 de marzo de 2014

Locura.

Si para ser un genio hay que estar loco, Rajoy debería encontrarse, al menos, por delante de Hume.

Últimamente VII. Romanticismo o no romanticismo.

"Pues que te regalen flores no es tan bonito ni trascendente", digo yo. Y responden: "Jo, es que no eres nada romántico". Claro, se te queda cara de lemur atento. Otra, alguien dice: "Pues hoy plan romántico, cenita en un restaurante con flores en la mesa en una terracita y después cine y después...". Y yo mentalmente les digo: "Y después os vais a tomar por culo con vuestros diminutivos de mierda", y realmente les digo: "Pues no me parece tan romántico, además está muy visto". Respuesta: "Tú como no tienes novia. Pues así muy mal". Se te vacía el cerebro y se te quitan las ganas de seguir viviendo rodeado de seres humanos. Te dan ganas de meterte a anacoreta. La gente confunde romanticismo con pastel, con baboseo, con la putrefacción melosa de lo que llaman amor. Si los verdaderos actores del romanticismo, aquellos que no tenían inconveniente en truncar sus vidas por un desengaño, por una adversidad, aquellos que oscurecían su entorno con sólo sacar una pluma y un papel, aquellos que te arrancaban la felicidad y te regaban con lágrimas cuando un instrumento representaba sus piezas, creo que bramarían ante tal degeneración de tan triste movimiento histórico. Es como si Jesucristo supiese lo que han hecho con su teoría y su ética. De hecho, ya lo dijo Oscar Wilde, Jesucristo fue el primer romántico de la historia. Pero qué se le va a hacer, últimamente como la tendencia mayoritaria a las ideas preconcebidas, de mierda y a los comportamientos subnormaloides es la que predomina y, por ser mayoritaria, les hace fuertes entre ellos sin darse cuenta de que en su cráneo hay mucho hueco, habrá que desarrollar una gran capacidad de abstracción y evitar por todos los medios intentar sacarles de su absurdez mentalmente suicida.
Así que os jodéis, porque no voy a hacer el más mínimo esfuerzo por achicar la bazofia de vuestros cerebros.

domingo, 2 de marzo de 2014

Matando el amor

Los ojos no cabían en las cavidades cóncavas que siempre los habían sujetado. Las lágrimas fluían en pequeños surcos que se introducían impertinentes en las comisuras de la boca.
El pulso era convulso. De su nariz húmeda brotaba el líquido acuoso. Sus labios separados se unían por la mucosidad de la saliva enfermizamente ansiosa. Su puño se cerraba fuerte aferrando el mango. El velo negro de la locura cegó su mirada. Levantó tembloroso el cuchillo. Amenazante. Deciso. Decidido. Lleno de rabia y dolor descendió el arma. Ella se cubrió con el brazo. Ningún corte la alcanzó. Cuando se descubrió los ojos le vio. Agarraba su vientre sangrante mientras lloraba. Lloraba. No por el dolor de la herida que se acababa de abrir. Abrió la boca para decir algo, pero no dijo nada. Se fue. Se fue silencioso. Sin decirle lo que la había querido decir. Se fue sin no odiarla y se fue sin decirle que sabía de su traición.  Se fue sin reprenderla y sin despreciarla. Se fue dejando su cadáver como muestra del mal que había recibido. Ese fue su último regalo, su cadáver.

No quiero ser como soy.

No quiero ser como soy si no soy capaz de dejarte ver lo que te quiero.
Si no puedo darte un beso.
Si no soy capaz ni de cogerte la mano.
Si no puedo mirarte a los ojos para memorizarlos.
Si me tengo que volver a casa pensando en lo imbécil que soy.
Si mi timidez gana.
Si mi boca solo se abre para hablarte.
Si tu saliva se queda en tu boca.
Si me voy sin haberte acariciado aposta y no por accidente.
No quiero ser como soy si no soy capaz de evitar que nuestra quedada termine con dos besos en las mejillas.
No quiero ser como soy si no soy capaz de disfrutar cada microunidad de medida del poquísimo tiempo que estoy contigo como si fuese la última.
No quiero ser como soy si tú no eres como eres.
No quiero ser como soy si sigo siendo así.
Y no quiero ser como soy si la próxima vez que te vea no soy como soy cuando te beso.

lunes, 13 de enero de 2014

Sentimiento oscuro.

Se dejó inundar por la oscuridad. Notaba cómo crecía en él. Le coloreaba. No se entregó al mal. No se entregó al bien. Se dejó templar por el negro. Nunca se había sentido tan neutro y, a la vez, tan decidido. Llamó a sus hermanos los cuervos y emprendió el vuelo.
Hacia ningún sitio.

Recurrencia recurrente.

Quiero abarcar tu boca con la mía. Beber de tu saliva. Que tus labios no pasen frío y que tus dientes choquen con los míos. Notar la rugosidad de tu lengua. Que toda tu sonrisa encuentre albergue dentro de mí. Que toda mi sonrisa no se escape más allá de tus comisuras. Degustarte con los dedos. Calcarte en mi cerebro con mis manos. Hacer ventosa con nuestras bocas para que no puedan separarse nunca. Ojalá pensases como yo. Para así, poder hacer recurrencia del recurrente tema siempre que quisiésemos sin que nos costase. Y, sobretodo, sin que nos cansase.

Últimamente VI.

"Últimamente la gente decide cuándo entra en tu vida y, lo que es peor, cuándo sale". Eso es lo que pensó mientras le daba otra calada al espirituante desdensificador de almas, al catalizador de espesura. No importaba el ordinal que la ubicase en esa sucesión de inspiraciones ahumadas. Simplemente era una más. ¿Por qué las personas tenían esa capacidad de decidir repercutiendo en él? "Quizá - pensó - es porque últimamente las personas son más egoístas y no tienen apego hacia nada, salvo a sí mismos". Pensó en si él había hecho lo mismo. Encontró situaciones parecidas, pero no tan exageradas como para considerarle un entrometido, ni un frívolo, ni un egoísta cinético. Qué solución había a esto. Concluyó que lo mejor sería seguir aspirando ese contaminante nervioso, ese vapor ronco, y no darle vueltas a algo que no podría cambiar sin cambiar su forma de ser, y decidió seguir siendo lo que era aunque eso supusiese no poder ser el dueño del derecho de admisión en su vida.

Prisión musical.

Bailaba y bailaba en círculos al son de la musiquilla tintineante de la cajita de música.
Soñaba y soñaba con poder liberarse de su postura de cisne y salir de aquella prisión musical.
Y sobretodo, deseaba y deseaba poder alcanzar algún día el armario de los soldaditos de plomo.