Te odio. Antes me era indiferente tu vida. Ahora sólo deseo tu muerte. Crees que la categoría que te respalda entre esas cuatro paredes te da derecho a tratarme como a las pelusas de tus arrugas. Como si pudieses disponer de mi vida a tu antojo. Como si mis inquietudes no existiesen más allá de las tuyas. Espero que algún día un infarto muerda tu corazón y yo sea la única persona presenciándolo. Y que mi móvil sea el único teléfono en 10km a la redonda. Te miraría. Llamaría por teléfono dejándote idealizar con la esperanza de que estuviese pidiendo ayuda. Entonces, te lo pasaría y disfrutaría de tu agonía cuando escuchases la frase "buenas noches, ¿cuál va a ser su pedido?". Me carcajearía en tu cara mientras te arranco el teléfono de las manos y me marcharía. Me marcharía pensando que me repugnas tanto, que ni siquiera me daría la vuelta para ver cómo mueres.