Era la típica noche. Parecía sacada de una novela;
pero jamás la habían descrito.
La luz plateada alumbraba el empedrado;
pero no había luna.
La visión se tornaba translúcida;
pero no había niebla.
El suelo estaba húmedo;
pero no había llovido.
Hacía frío;
pero su aliento no formaba nube.
Y, efectivamente, notó que alguien le seguía.
Lo lógico era pensar que se daría la vuelta
y no habría nadie;
pero cuando se la dio... no había nadie.
Suspiró aliviado.
¡Por fin! Esto era lo único que tenía sentido
en todo lo que envolvía aquella noche;
pero cuando volvió a girarse una repentina mano
le apartó la cara y unos colmillos se refugiaron
en su cuello.
Tendría que haber hecho caso de las advertencias
veladas que la noche le había dado.
Estaba tan claro...