sábado, 16 de noviembre de 2019

Viva la muerte.

Estuve dos veces en un hospital viendo morir a dos personas importantes en mi vida. Mi madre fue una. La madre de mi madre fue la otra. También viví el escaparate del cadáver de mi otra abuela, pero de alguna forma no fue igual. Me dolió más ver la cara de sus hijos (mis tíos, salvo mi padre, un ente al que sólo he visto sufrir cuando su mujer dejó de respirar, aunque no la quisiese). Hay gente a la que te sientes más unido, por duro que sea. Y he vivido la muerte de la madre de una amiga cercana. Al llegar al hospital vi cómo se llevaban una camilla con una sábana cubriendo un bulto. La madre (me lo imaginé). Pasé una habitación a la derecha en la que había unas cuatro personas negociando un maquillaje y un entierro. Encontré unos pocos conocidos a los que hube de saludar. Y llegué, al fin, a mi amiga. Destrozada. Una cara de veintitantos aparentando sesenta. Hinchada, ojos enrojecidos imposibles de mirar. Cuerpo tembloroso. Y ese abrazo. Viví el abrazo de la muerte ajena desde fuera. Siempre lo he vivido desde la casilla en la que cae la muerte. Esta vez fue desde la casilla adyacente. Y no es mejor. Sus lágrimas en mi hombro fueron lava. Dejaron surcos en mi yo subyacente. En mi hombro y en mi sudadera guay (porque la vida sigue y tenemos que seguir vistiendo de forma que gustemos a los demás). La muerte es tan frívola. Si de mí dependiese, asesinaría al señor de traje domintante y a la señora de traje aconsejadora (porque van en pareja, pero cada unobarrauna desempeña su papel) que se dedican al adorno de la muerte, a base de tirarles vasos de agua en la nariz y boca, hasta que se ahogasen. Mal está trabajar para un periódico. Mal está trabajar para un banco. Fatal por trabajar para un seguro de vida. Pero y qué hacemos sino cobrar para vivir mientras trabajamos para los que nos roban la vida. La vida no vale nada, la muerte vale mucho, en cuestión de dinero. Y qué más hay que decir. Creo que nada. Quizá que cuando ves la muerte al lado una y otra vez, no te haces inmune. Es como ir en avión, cada vez que viajas te da más miedo. Y cada vez que vives una muerte te da más miedo. Yo no quiero que me maquillen. No quiero que negocien mi ataúd ni que vayan a buscar la ropa con la que vestirme. Si me sobrevivís y muero antes que vosotros y vosotras, por ende, espreo que respeten mi deseo. Quiero que me vistan con mi sudadera de Rancid. Con mis vaqueros caídos quinientos uno y mis Vans. Quiero que quien me vea, me vea como viví en vida. Y no quiero estar tras un escaparate que me robe las lágrimas de quien me llore. Quiero que esas lágrimas caigan en mi cadáver. Pero da igual lo que elijas, las funerarias y tu familia decidirá por ti. Así que quiero que me avisen cuando me vayan a sedar para poner mis dedos así ,l,,. Y cuando muera, que se queden anquilosados en la peineta para que todos los que miren el escaparae digan: "murió como lo que fue, una mierda".

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