I.
Se acariciaba la barba pensativo. Irascible. Le temblaba el pulso. Un gran señor como él. Un gran señor como él no se podía permitir el lujo de ser humillado. Así que encargó al mejor y más anciano de los magos un artilugio mágico, un artefacto que le permitiese avasallar los sentimientos de su prometida. Quería confirmar definitivamente sus sospechas. Recelaba. Desde hacía tiempo él tenía la suspicacia de que ella amaba a otro. Que dedicaba su verdadera voluntad a otro. Sabía quién era. Ofreció al gran mago darle cuanto quisiera de las arcas a cambio de un artefacto que le deshiciese de su angustia y le mostrase aquello que quería conocer. El viejo mago aceptó. Y creó tal objeto mágico ruin que le había sido encargado por el ser más ruin. Porque si algo había más repulsivo que un instrumento inmundo, era aquél que lo había ordenado fabricar.
II.
La noticia de que este encargo se había realizado corrió rápido entre todas las personas de la corte. Cuando ella se enteró sintió miedo y no pudo dejar de llorar. Su prometido iba a conocer su secreto y la ahorcarían. Y peor aún, iban a ahorcarle a él. Al hombre al que quería más que a su vida. Impotente, empapó paño tras paño encerrada en su aposento.
III.
El gran señor visitaba impaciente al mago todos los días para apremiarle. El mago, imperturbable, no mudaba el rostro cuando le respondía: "Excelencia, al igual que el tiempo que lleva a un hombre cruzar una puerta no es el mismo que le lleva cruzar todo el reino, tanto así es el atravesar el alma de cualquier ser sobre la tierra. Lo que vos habéis pedido es usurpar el mayor de los secretos guardado en la mayor de las fortalezas". El gran señor, insatisfecho, abandonaba al viejo más impaciente de lo que había llegado. La obstinación y la ignorancia son la más imprudente e impertinente de las mezclas posibles de carácter.
IV.
Al fin, un día el mago visitó al señor y le mostró el artefacto mágico. Y le dijo estas palabras: "Majestad, aquí tenéis vuestro espejo. Este espejo refleja a la persona que más ama aquél que se muestre delante". Henchido y colmado, el gran señor se frotó las manos y sonrió. Se puso enfrente del espejo y se vio a sí mismo. Al instante su imagen comenzó a enturbiarse mientras se iba transformando lentamente en la forma de una esbelta figura, de melena lisa, ojos profundos y elocuentes, manos cuyos dedos eran como ramas de una enredadera, hombros perfectamente nivelados y curvatura suave, cadera fina y piernas esculpidas en mármol blanco. Boca pequeña. Pecho discreto. Ante él se encontraba ella. Efectivamente, ese objeto demoníaco cumpliría su función.
V.
Sin esperar un instante, fue en busca de ella. La agarró del brazo y la arrastró hasta el pequeño y oscuro aposento donde se encontraba el gran espejo. Tiró de ella hasta que la colocó delante del mágico artilugio. De nada la sirvió resistirse y sollozar. De nada la sirvió agitarse. Allí estaba. Frente a un espejo que la reflejaba completamente. De pronto, su figura comenzó a enturbiarse. El gran señor miraba furiosamente fijo el reflejo. Mientras el reflejo se convertía en niebla, iba apareciendo la figura de otra persona. Una gran barba oscura se comenzó a dibujar sobre la superficie. Los ojos duros e inclementes. Gran envergadura y solemne porte. Postura inmaculada y regia. Cuando el gran señor se reconoció en el reflejo que ahora mismo se encontraba ante ella, su furia fue desapareciendo. Al verse a sí mismo y no a aquel al que esperaba, se maravilló mucho. La miró incrédulo. La cogió suavemente del brazo y le dijo: "Señora, disculpad mi rudo comportamiento con vos estos últimos días". Dicho esto, se dio la vuelta y salió orgulloso de la pequeña estancia y convencido de que había sido absurdo pensar que un vulgar artesano, pudiese hacerle ninguna clase de competencia. Cuando desapareció de la vista de ella, la muchacha se giró y miró al viejo sabio. Cayó de rodillas y llorando le besaba la mano. Exclamó: "¡Oh mi señor! ¡Me habéis salvado! ¡Cómo lo habéis hecho! Decidme qué queréis y haré lo que sea por conseguíroslo". El mago imperturbable y sin mudar la expresión de su rostro dijo: "Excelencia, no habéis de agradecérmelo. Los pobres de carácter, aquellos que albergan miedo y desconfianza en sus corazones están condenados a importunar y alterar a los corazones nobles como el vuestro. Solamente he hecho lo que juiciosamente haría cualquiera en quien no haya arraigado la ignorancia. Este espejo refleja a aquél que más odia la persona que se encuentre frente a él. Y vuestro señor, os ama tanto como os odia. Esa es la gran peculiaridad que tiene el amor. Si hubiese hecho un espejo conforme a su voluntad, no seríais vos quien habría sido condenado primero, puesto que la persona a quien más ama la gente cobarde e incapaz, es a sí mismos, por lo que él se habría visto a sí mismo y no a vos, y habría pensado que el espejo era inútil y me habría mandado ahorcar sin dudar".
VI.
El anciano marchó sin pedir la recompensa que le había prometido el gran señor y sin cobrar tampoco aquella que la joven le había ofrecido. Se marchó imperturbable y sin mudar su rostro. No se sentía orgulloso de sí mismo. Simplemente había hecho lo que tenía que hacer, porque si algo había más repulsivo que aquél que había ordenado fabricar el objeto más repugnante del mundo, era aquél que lo fabricaba.