martes, 28 de junio de 2016

El maestro III.

La noche se había despejado y el ambiente se había templado. Allí en el cielo negro se dispersaban pequeños puntos de luz agrupándose para formar esas formas mitológicas. El chaval se dirigió a la entrada del porche que daba al patio. En el escalón se encontraba el viejo tocando su pequeña mandolina, ténuemente alumbrado por la temblorosa luz de una antorcha. El muchacho se acercó apurado a él.
- Maestro.
La mandolina continuó desprendiendo notas lenta y cadenciosamente. El anciano no abrió los ojos ni levantó la cabeza. Sin embargo, era todo oídos.
- Maestro - dijo el chico. - Ya se ha acabado - soltó afligido y lloroso. - Ella ha decidido. Se queda con él, aun habiéndome expresado y demostrado tantas cosas que yo me creí como verdaderas. - Hizo una pequeña pausa mientras los dedos del anciano, cuyos ojos permanecían cerrados, seguían acariciando las cuerdas de la mandolina haciéndola cantar suavemente. El joven continuó: -  Me ha dicho, muy distante, que necesita tiempo para pensar, pero la vi el otro día que le daba un beso a él. Yo, que me he humillado y arrastrado tantas veces para demostrarle que la quería, que la he seguido como un perrillo faldero cuando se enfadaba, cuando se daba la vuelta y me dejaba con la palabra en la boca, cuando me echaba cosas en cara. Yo me he callado y lo he aceptado. Y ahora esto. Me deja tirado como un trapo.
El maestro dejó de tocar y se apoyó ligeramente sobre su instrumento.
- ¿Ves allí el saco de la leña? - Dijo sin señalar a ningún sitio. -Tráelo.
- Pero maestro, ese saco hay que moverlo entre dos, pesa demasiado.
El maestro permaneció callado. El muchacho no tardó en ir a por el saco. Lo cogió desconfiado y se maravilló mucho cuando lo levantó solo. Orgulloso lo acercó al maestro.
- Eres un ignorante por anticipar. Si te ha dicho que necesita tiempo, no tienes porqué no creerla. Quizás es cierto que se queda con él, y es lo más probable, pero ahora mismo no lo sabes. El saco de la leña no tenía leña sino paja. - Hizo una pausa y algún bicho, un conejo o un topillo, se movió entre los matojos arrancándoles un susurro. - Recoge la púa que se me cayó debajo del escalón.
El chico se arrodilló y pegó la cabeza al suelo para poder ver debajo del escalón, pero estaba muy oscuro y no veía, así que se arrastró un poco hasta meter ligeramente el cuerpo bajo el hueco de los escalones y no vio nada. Salió de ahí manchado de tierra y polvo.
- No está ahí maestro.
- Eres un necio por pensar que te has humillado por perseguir a lo que quieres. Sin embargo, no has dudado en arrastrarte por el suelo para buscar un objeto carente de cualquier valor para ti que ni siquiera sabías si era verdad que se había caído ahí. - Se calló un momento para dejar que sus palabras se asentasen en el inestable muchacho. - Entra en la habitación y trae el cazo de las brasas. Ya se habrá enfriado.
El chico obedeció al instante y cogió el caldero, pero lo soltó instantáneamente con un bufido cuando se le abrasaron las manos. El joven salió de nuevo un tanto enfadado y cuando iba a rechistar, el anciano comenzó a hablar interrumpiendo su mudo discurso:
- Eres un tonto por haberte dejado engañar. Te has confiado porque te lo he dicho yo y te fiabas de mí. Eres un tonto por confiar en un ser humano. Tres veces te he engañado y tres veces te has dejado engañar.
El chico no sabía qué pensar. Tenía un millón de ideas bullendo dentro de su cabeza.
- Pero maestro - logró decir al cabo - ¿qué pretendes decirme? ¿Que no me fíe de nadie? Pero de ti quiero fiarme, y de ella... - hizo una pausa dubitativa - también.
- No te he dicho que no te fíes, pero ahora sabes que si confías en alguien, estás expuesto al engaño. Y el engaño es algo que ronda la superficie de cualquier ser humano. Simplemente déjate llevar por lo que quieras hacer. Si crees que merece la pena arrastrase, arrástrate. Si crees que merece la pena correr el riesgo del engaño, córrelo. Tú decidirás cuántas veces estás dispuesto a permitirte sufrir.
El muchacho, callado y triste, se dio la vuelta y se fue caminando bajo la atenta mirada de las formas mitológicas que aquellas estrellas convertían en brillantes constelaciones.

lunes, 27 de junio de 2016

Destino.

Se acababa de fumar uno o dos de esos que te ayudan a encontrarte con tu yo desdensificado. Caminaba por el éter. Un lugar soso. No había nada. Pero no se sorprendió, siempre que había pensado en él se lo había imaginado así. Caminó por ahí hasta que se encontró con Alá. Éste se acercó para hablar con él, pero de un empujón le echó a un lado y le dedicó su dedo corazón. Continuó como si nada. Apareció Dios. ¡Coño! Que casualidad, justo quería cagar en algo. Pero no lo hizo, le miró con desprecio y pasó de él. Apareció Ganesha. Miró al amorfo elefante y le ató sus cuatro brazos con la trompa a la par que decía: "qué paz ni qué paz". Prosiguió su camino. El odio vino corriendo a abrazarle, pero según le tuvo al alcance de un brazo, le metió un puño que lo tumbó. "Déjame un poquito en paz, que estoy cansado de odiar". Llegó la ilusión con unos ojos vidriosos y enormes, mirando con anhelo. La miró con extrañeza: "¿pero yo a ti te conozco?". De pronto, el amor. El amor se acercó esplendoroso y brillante, reconfortante. Abrió los brazos y le sonrió. Él lo miró y, sin más, le escupió en la cara. Nada le dijo. Siguió sin parar. No paró. Y allí estaba. Lejos, muy lejos, la soledad. Se quedó parado mirándola. Ella le miró. Los dos se mantenían callados pero se entendieron a la perfección. Corrieron el uno hacia el otro y se abrazaron como jamás lo habían hecho con nadie más. Se abrazaron hasta que fueron uno para siempre.

domingo, 26 de junio de 2016

La compra del mes.

Iba con el carrito de la compra esquivando zombies. Muy plagado de escoria el supermercado. Él sólo quería comprar tranquilo, ¿era mucho pedir? Estaba cogiendo la caja de cereales, muy decidido, cuando escuchó a su lado una sobrecogedora conversación. El padre había ido con su pareja a comprar, mientras la ladilla que habían criado molestaba, y le dijo a ella: "Mamá, estoy donde los...". ¿Mamá? ¿Había escuchado bien? Sí, había escuchado de puta madre. Si la naturaleza hubiese sido justa, ella habría abortado y ahora no le estarían perturbando con sus apelativos de mierda. Arrancó el carrito para alejarse lo antes posible de allí. Se fue a la sección de limpiadores específicos y limpiadores generales. Otra pareja hablando de una boda. ¿Pero de verdad se habían propuesto joderle la paz, que últimamente escaseaba? A ver, so sosos, no vayáis a la puta boda esa y así no tendréis que sufrir decidiendo el color de su corbata de arreglado perdedor presuntuoso a juego con su vestido de elegante zorra sofisticada. Ni le martirizaríais con vuestras majaderías. Salió espantado de aquel pasillo. Pero la situación no mejoró. Una señora gitana de edad indeterminada (no sabía si podría conocer la edad contando las barrigas), acompañada de su hija gitana de dieciséis años y su nieto de entre cero y un años. Despliegue de ensordecedores ladridos, volúmenes más allá del desagrado, chándales que rasgan retinas. En fin, se había encontrado con todo aquello que no querría nadie encontrarse mientras hace la compra del mes. Ya bastante difícil es tener que ir a comprar como para que todos los infraseres te lo pongan más difícil. Se fue a la caja tan rápido como se lo permitía el carrito. Las ruedas vibraban. El agarrador temblaba. Las cosas se caían y se removían dentro del carro formando un revoltijo. Por fin alcanzó la caja. "Rápido cajera, cóbreme todo esto y acabe con mi agonía". Se fue de allí aterrado. Deseando que la compra del mes siguiente se prolongase hasta un par de meses siguientes.

Una sonrisa de verdad.

El esqueleto se despertó. Frotó sus cuencas vacías para desperezarse un poco. Dio un bostezo silencioso, hacía tiempo que había perdido la capacidad de emitir sonidos. Se giró y la vio. Ella seguía dormida. Se quedó mirándola un rato, absorbiendo en la oscuridad de las cuevas que había encima de sus pómulos la belleza de aquel perfecto esqueleto. Seguía siendo tan perfecto como lo era en vida cuando compartían carne. Se acercó para besarla, pero cuando estuvo a la distancia en la que antaño habría notado su aliento, se detuvo. No quería despertarla con el choque de sus dientes. Permaneció mirándola y en su cara se dibujó una sonrisa, se sentía bien porque no era aquella sonrisa estúpida y macabra que de forma natural visten los cadáveres descarnados. Era una sonrisa verdadera. Se volvió a tumbar con cierto sentimiento de melancolía, pero sabiendo que la tendría por toda la eternidad.

lunes, 13 de junio de 2016

Fiambrera.

Evocó en su cabeza todo cuanto se había esforzado por memorizar las veces que la había tenido al alcance de una respiración. Incluso evocó la primera palabra que recordaba de sus conversaciones por Whatsapp. Había habido más palabras antes, pero esa era la que él recordaba como la primera que le marcó. Recibió el mensaje de repente, estando en su casa pensando en ella como algo inalcanzable, sin esperárselo. Evocó su silueta recortada contra la penumbra de la habitación. Los gestos espontáneos de su cara. Los pellizcos con sus labios en sus mullidos pómulos. La perfección de sus curvas, ni muy cerradas ni muy abiertas. Evocó los abrazos en los que su tensión superficial se rompía uniéndolos como si fuesen un único cuerpo. La evocó tanto como pudo y  tanto tiempo como podía. Fiambrera.

jueves, 2 de junio de 2016

Pocos soles.

Mamá pato iba caminando patosamente por el enverdecido campo seguida de su fiel cortejo de patitos, nacidos hacía pocos soles. Soles como el que alumbraba ahora aquel paraíso. Mamá pato vio un torpe, pero solemne, escarabajo peleando contra la enfurecida y alborotada hierba que le trababa en su inútil intento por avanzar un paso de seis, con su imperial armadura negra  no mate brillando contra el sol. Mamá pato se lo comió. ¡Glup! Un sonido y pa'dentro. ¡Mmmmm! Qué rico y crujientoso. Mamá pato continuó con su patosa locomoción seguida de su fiel cortejo de patitos, nacidos hacía pocos soles. De repente, mamá pato cagó. Pero no cagó el escarabajo tal cual, puesto que si así hubiese sido, mamá pato no sería mamá pato sino un sistema lineal. Pues lo cagó armoniosamente. Y cuál fue la sorpresa del patito uno, ese encantador amarillito. Tan suculento plato no podía dejarlo pasar. La caca de mamá pato tenía forma de mariposa amplia y coloridamente alada. ¿A ver a qué sabe esto? Con esos colores no puede saber mal. Y se lo tragó. Sabía así como digerido, se veía mejor que sabía, pero aun así no estaba del todo mal y además, la presentación había sido excelente. Pues continuaron su viaje hacia el lago todos en fila. El sol bañaba a ese fiel cortejo de patitos, nacidos hacía pocos soles. De repente, el patito uno frunció el ceño cuando un molesto retortijón le punzó el vientre. Y pasó lo natural, que cagó. Cagó una bonita, aunque siniestra, bola de seda. Vaya, qué pinta tan esponjosa a la par que áspera. Habrá que probarlo, ¿no? Pues así lo hizo el patito dos. Ese pequeño amarillito deglutió la mierda que el anterior había tejido. Bueno, de sabor bastante regular, y no tan agradable al tacto como parecía. Había algo en patito dos que no sabía lo que era, pero que no le terminaba de convencer, sin embargo, ese bocado le había llenado el gaznate, y uno sabe que todo es más agradable cuando el gaznate está lleno. Total, que el cortejo continuó su camino en busca del refrescante lago. Ya se veía a lo lejos, no en lontananza, pero todavía quedaban unos cuantos pasos. Más de quinientos, tal vez. Patito dos, de pronto, se siente asaltado por una necesidad urgente que le estimulaba misteriosamente el ano. Aflojó esfínteres, pues una llamada así no se ha de abandonar a la ligera. De su ano cayó al suelo un gusano blanquecino y viscoso. Brillante en ciertas zonas abultadas. Patito tres lo miró y sin pensárselo dos veces se lo llevó al estómago. ¡Ñam! Y ya está. Dentro. La verdad que no tenía buena pinta para nada, pero qué más da, cumple su función y te calma las entrañas. Ya quedaban como cien pasos para el agua, y la llamada de la excremencia llamó a las puertas del orto. Patito tres, sin inmutarse, sin mirar a los lados, como si nada, soltó por el orto un trozo de algo marrón con forma de nada bueno y pestilencia a mil cuadras llenas de mierda de caballo. Patito cuatro ¿qué pensó? Oh Dios mío, no estoy seguro de que me dé tiempo a hacer la digestión antes de llegar al agua; pero qué más da, si total, cuál es la probabilidad de que me dé un corte de digestión, me quede inconsciente y me dé la vuelta quedando mi cabeza bajo el agua y mis patas sobre su superficie, nula. ¡Adentro se ha dicho! Y la indefinida y sospechosa bola de material desagradable quedó atrapada dentro del aparato digestivo de patito cuatro. Por fin llegaron al agua. Primero mamá pato y después, cumpliendo un coseno de periodo completo, cada uno de los patitos. Patas al agua y a remar. Y como si nada, mamá pato y su fiel cortejo de patitos, nacidos hacía pocos soles, se alejaron de la orilla como si nada hubiese sucedido. Aquella visión me recordó tanto a esos seres patológicos con los que me cruzo cada día, que no pude menos que plantar un pino allí mismo.