Si te crees que a la otra persona le importas algo, deja de pensar porque lo haces muy mal. Todo ese amor tan idílico, ese sentimiento de exclusividad y de aislamiento del resto del mundo tan aparentemente real y sin fugas que existe en las parejas, y con parejas no me refiero a esas a las que estáis acostumbrados a tener, y a las que estamos acostumbrados a ver, no a esas parejas de sofá y telediario, de tarde de domingo y lavavajillas, de mamá y papá, de cari y cielo, de champán y crucero, de corbata a juego con vestido, de barrigas y embarazos, no, me refiero a las parejas que alguna vez fueron una pareja de verdad, un único par, un doble el uno del otro, una sopa primitiva de emociones, es una puta mentira. Incluso en ellas, cualquier parecido con lo que es el amor verdadero, es una representación alevosa y traicionera. Una mera apariencia. Un parasitismo de conveniencia, porque todos y todas quieren disfrutar de las emociones que les erizan los pelos de la nuca, de los abrazos, del sentirte realmente mimado y querido. Todo el mundo gusta de ello. Sin embargo, todos sienten que no tienen porqué darte explicaciones de nada, de nada que a ellos no les convenga, y, por supuesto, si se lo pides es que eres un celoso, eres injusto, te estás pasando y haces llorar. Sin embargo, cuando ellos lo desean, tú debes abrirte, escucharles y estar a su disposición para vomitarles todo cuando desean saber. Y si no lo haces es que ocultas algo, no eres sincero, eres egoísta, eres injusto y haces llorar. Qué desatino. Y todo aquello que parece tan firme, tan verdadero y tan cristalino cuando están presentes, se convierte en barro, en falacia y en opaco cuando se separan. Sin embargo, como buenos parásitos, saben mantener la compostura y siguen disfrutando de la fantasía. Pues nada, siendo así, intentaré morir solo. Parece la mejor opción.
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