Ella pertenecía a un mundo diferente. Era de otra clase. Un salto socialmente insalvable y repudiable. Sin embargo, cada vez que estaba con ella, cada vez que la acariciaba, se le olvidaba. Cada vez que su oscura piel le tocaba saturaba todos sus sentidos hasta alcanzar casi el umbral de inconsciencia. Venció el tiempo y supo que había llegado el momento de irse. Se vistió. La necesidad de que llegara el siguiente encuentro le estrangulaba el cardias. Instintivamente dejó el dinero sobre la mesilla y salió.