jueves, 11 de julio de 2013

Amor en el vagón.

Desde su asiento gris podía sentir el olor de los enemigos de la ducha. Pero no le importaba mientras esa sensual y erótica voz le susurrase al oído la siguiente estación. Sonriendo, decidió que en la próxima reencanación renacería como altavoz de tren, para así poder acariciar aquella enamorante afinación de unas anónimas cuerdas vocales.

Maldita miopía.

Las gafas estaban cerca, pero inalcanzables. Las lentillas imposibles. Los prismáticos en el armario.
El movimiento armónico de la cabeza de ella se podría describir según alguna función periódica de frecuencia blasfema.
Y mientras tanto, él se lamentaba en silencio de su inoportuna miopía.

Buscando un hueco.

Deslizó sus yemas desde sus pómulos al mentón. Continuó deleitando su tacto con su cuello. Bajó hasta sus pechos, pero no se entretuvo. Llegó hasta su vientre y se dejó caer hasta el valle. No quiso abusar y volvió a subir. Subió hasta el rincón de su ombligo, y allí acampó. Sin duda le gustaba todo de ella. Decidido, ella iba a ser su guarida para los restos, para siempre, para nunca...