Miró hacia arriba, directamente a los ojos de las nubes (que son los pedos de los ángeles, que eso nunca lo dicen) y las urgió a apartarse. Quería mirar a Dios directamente a los ojos. "Tira ya el dado de diez y saca pifia de una vez y termina el juego, joder". ¿Por qué le habría elegido a él para sus juegos celestiales? De pronto, una vocecilla procedente de la acera le chivó al oído que no era tan importante, y no era el único con el que los dioses disfrutaban roleando. Miró hacia abajo y allí vio al cigarro con los brazos cruzados y devolviéndole la mirada altivo. ¿Tú también? Sin más, se levantó del poyete y lo pisó; pero no con rencor, sino con pena. Y para no dejarle agonizante como a las pobres hormigas que accidentalmente se cruzan en el camino del torpe ser humano, retorció el pisotón hacia los dos lados y lo remató. Se fue sin mirar atrás. No quería saber si lo había hecho por la rabia contenida por no poder controlar sus sentimientos o por la traición de su reciente y enroscado amigo hecho de papel y hebras de tabaco.